sábado, 28 de junio de 2014

Ana María Matute

Se nos fue Ana María Matute, la escritora que nos recordó, o que nos hizo saber, que es esencial que dejemos vivir en nosotros al niño que fuimos.
Yo no sé por qué no le dieron el Nobel, pero esos cegatos de la Academia Sueca se lo han perdido. Ana María Matute, la niña eterna, nos hizo el mejor regalo que nos podían dar: Predilecto y Tontina son dos maestros de la vida, dos personajes que nos acompañarán siempre a los que hemos tenido el gusto de conocerlos. No son dos personajes a los que les ocurren cosas bonitas, o que tienen grandes logros, de esos que ponen boca abajo a las legiones de papanatas del mundo entero. Son dos personajes que enseñan a encarar la realidad de la vida. Ellos muestran cómo hay que encarar las cosas y, además, lo hacen de un modo tan mágico que los necios no se pueden enterar.
Compré Olvidado rey Gudú, recién salido al mercado, porque me lo recomendaron vivamente el gran poeta valenciano José Mas, recientemente fallecido, y su esposa María Teresa Mateu. Este libro me cautivó enseguida y al terminarlo escribí dos folios sobre él que mis amigos le hicieron llegar a la autora. Ella les dijo por teléfono, porque no escribía a nadie, que los conservaría siempre. Este detalle fue para mí la constatación de que sí que aplicaba a su persona el consejo que daba a los demás. Conservaba su corazón de niña y se emocionaba con las muestras de afecto.
Cuando visitaba a José Mas, si al acceder al patio le oía tocar el piano, subía las escaleras a pie, a pesar de que vivía en un piso alto, con el fin de escuchar lo que tocaba. En el ascensor hubiera dejado de escucharle y, luego, cuando llegaba a su casa, dejaba de tocar para atenderme.
Después compré más libros de Ana María Matute y siempre le vi esa ternura, esa búsqueda de la felicidad que los manipuladores no quieren que alcancemos. Predilecto y Tontina eran inmunes a los manipuladores.

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