miércoles, 14 de octubre de 2015

A vueltas con el nacionalismo

Algunos, quizá más de los que debieran, se empeñan en mantener que el nacionalismo es democrático. De modo que hay que comenzar explicando que la democracia requiere personas adultas, capaces de cumplir sus obligaciones y de ser conscientes de lo que votan cuando lo hacen.
En democracia, la política está al servicio de los ciudadanos. Para el nacionalismo, la ideología está por encima de los ciudadanos. El nacionalismo no admite a ciudadanos adultos, sino que los requiere infantilizados, dispuestos a comulgar con ruedas de molino y a obedecer fielmente las consignas y órdenes que se les den. Los nacionalismos no pretenden el bienestar de los ciudadanos, sino el triunfo de la causa. Se les dice a los ciudadanos que obtendrán el bienestar cuando triunfe la causa.
En democracia, la ley está por encima de todo. El imperio de la ley es la mejor garantía para los ciudadanos, que así se ven protegidos por ella y a salvo de las arbitrariedades. Cuando a un demócrata no le gusta una ley, trata de revocarla o mejorarla siguiendo los cauces establecidos al efecto. Porque en democracia todo se puede cambiar, siempre que se haga de forma civilizada y legal.
Para los nacionalistas, democracia es lo que ellos dicen que es democracia y si algún capricho o designio suyo choca con una ley aducen que esa ley está mal y que, por tanto, hay que incumplirla. Todo lo que se opone a sus deseos es antidemocrático para ellos.
Las ideas de los nacionalistas suelen ser disparatadas, por tanto, es muy difícil que logren salir adelante por los cauces previstos por la ley, así que ellos optan por la pataleta, el berrinche y la amenaza.
Los nacionalistas son ridículos y peligrosos y, sin embargo, tienen mucho éxito. Quizá el miedo a la libertad y el gusto por los delirios de grandeza estén en la explicación del fenómeno.



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