martes, 16 de agosto de 2016

Burkini, de entrada no

Ni tampoco nunca. Según algunos pensadores, como es el caso de Pannenberg, el ser humano es religioso por naturaleza. Yo no lo creo así. En mi opinión, la religión tuvo que surgir al ser consciente el ser humano de que tenía que morir y de que estaba expuesto a muchos fenómenos que no podía controlar.
Poco a poco, se han ido encontrando respuestas fuera de la religión y parece evidente que en el futuro las religiones tendrán que decantarse por la racionalidad, olvidando los dogmas y ciertos rituales.
Pero hay religiones que se aferran al pasado y mantienen una serie de actitudes radicalmente injustas, como es la de considerar a la mujer como un ser inferior, e incluso peor aún, como un objeto.
En el mundo occidental y democrático los hay que insisten en defender esas actitudes, con el peregrino argumento de que es su cultura y hay que respetar sus creencias, etc.
Pues no. El mundo occidental debe atender a todos los que lleguen, siempre que quepan, pero haciéndoles saber cuales son las leyes a las que deben someterse y cuales son los principios que han de aceptar.
En los países democráticos hay igualdad ante la ley entre hombre y mujer, y cualquier intento de someter a ésta es castigado. Incluso aunque ella consienta en someterse no está permitido.
De modo que todos esos signos externos que muestran a la mujer como dependiente del varón deben ser prohibidos. Las obligan a taparse para que no las miren, o sea, las consideran objetos, no personas cabales con capacidad para decidir lo que quieren y lo que no.
En el libro ‘1978. El año en que España cambió de piel’, digo que el Estado debería dictar unas reglas por las que tuvieran que regirse las religiones que quisieran establecerse en el país. Por ejemplo, no podrían tener ninguna norma o precepto que fuera contra la Constitución. Quizá España sola no pudiera hacerlo, porque no nos venderían petróleo, pero la Unión Europea sí podría.

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