martes, 23 de agosto de 2016

Historias de creyentes

Más bien cabría decir historias de personas que se dicen creyentes, porque quizá sea en este caso más que en ningún otro donde se dé eso de que del dicho al hecho va un trecho.
Hay personas que dicen que son creyentes, y practicantes, y hacen pensar en aquel que se tira del barco en llamas al bote salvavidas y una vez instalado no quisiera que subiera nadie más y disfruta pensando en la suerte que van a correr los otros.
Hay personas que se dicen creyentes, y practicantes, y disfrutan haciendo daño a otros que no les han hecho nada. Hacen daño por hacerlo, sin motivos personales. La clave consiste en que encuentren cómplices. Si se da el caso, allá que van. A uno, a otro y a otro. Nunca se cansan. Si no encuentran cómplices, pasan por amigos, porque esas personas no pueden ser amigas de nadie, están llenas de odio y despecho.
Hay otros que te aconsejan que reces sin parar. Toda la vida has de estar rezando. Pero cuando tratas de acercarte a ellos te rechazan. No les interesas para nada. En este caso, ¿por qué te dan consejos? ¿por qué se atreven a pedirte que reces? Con su ejemplo demuestran que el rezo genera egoísmo.
Los hay que no presumen de creyentes, pero van a misa todos los domingos y fiestas de guardar y para ello se visten con sus mejores galas. La fe es para estos como un negocio más de los que cuidan. Unas acciones en bolsa, un huerto que hay trabajar, un trabajo del que se vive, una relación con Dios similar a la que se tiene con otros pocos amigos interesantes. Fuera de eso el mundo no existe o no interesa.
No faltan los que son creyentes y comunistas. Así tienen dos motivos para creerse buenos, porque los comunistas se preocupan por los demás (de boquilla).
Con lo cual no quiero decir que todos los creyentes sean así, ni tampoco que las citadas sean todas la variedades curiosas.

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