sábado, 26 de noviembre de 2016

En la muerte de Fidel Castro

Ha muerto el dictador cubano y con ello se sueltan un poco las cadenas que oprimen al pueblo cubano y un aire de esperanza recorre las celdas de los presos políticos.
Quizá los cubanos libres que viven en Miami y otras partes del globo traten de aprovechar la ocasión dependiendo de las posibilidades de actuar que tengan dentro de la isla. Es posible también que en la situación que se ha dado la apertura decidida por Obama les venga bien, sin que quepa descartar que su actitud en este caso les ayude más que la pueda tener Trump en el futuro.
Pero mientras esperamos acontecimientos, hemos de estar pendientes de lo que ocurre en España, que va a ser invadida, qué duda cabe, por una ola de cursilería, y si uno se descuida, esto se pega.
Los de Podemos podrán peinar coletas, pero son cursis; podrán ser cínicos, pero sobre todo son cursis; podrán llamar a las cosas por nombres que no son, pero sin dejar de ser cursis.
Esos orinocos de lágrimas que nos esperan, esos orinocos de cursilería descacharrante y desvergonzada.
Más lejos físicamente de España, pero más cerca anímicamente de Podemos, está Maduro, seguramente muy asustado. La muerte de Fidel no le dará tanta pena como miedo. ¿Logrará el hermanito de Fidel contener lo que se le viene encima? Maduro medita sobre su destino y seguramente sabe que en el momento en que pierda el poder se quedará solo. No van a ir los podemitas a ayudarlo. Como mucho, le dedicarán versos cursis, palabras huecas, pero cursis.
Dicen que Rita consiguió vaciar de mierda el Congreso en un tiempo récord, pero Fidel conseguirá esparcir el hedor a los cuatro vientos.
Cuba nunca fue tan pobre como bajo el yugo de Fidel Castro. Cuando vuelva la democracia a la isla y quizá lo haga al mismo tiempo que en Venezuela, ambas naciones tendrán un largo camino a recorrer antes de volver a ser lo que fueron.

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