viernes, 9 de diciembre de 2016

Soraya de C̶a̶t̶a̶l̶u̶ñ̶a̶ Catalunya

La civilización consiste en el imperio de la ley. Puede decirse, pues, que en el año 960 ya estaba en Valencia, al menos, en la sociedad de regantes, puesto que de ese año data el Tribunal de las Aguas.
Puede añadirse, para completar la idea de que ya estaba la civilización, que los fallos de este tribunal se vienen cumpliendo escrupulosamente desde entonces, aunque también cabe la sospecha de que algunos de los políticos valencianos actuales no hayan captado la idea. Por falta de luces probablemente.
Es evidente que existen zonas en España en las que no se cumple la ley, se la desafía y se hace burla de ella. Eso es propio de gentes por desbravar, salvajes, quizá ilustrados en bastantes casos, pero también en otros sin nada de ilustración, y en todos con mucha cara dura.
Los políticos juran o prometen cumplir y hacer cumplir la ley. Quien mayor obligación tiene en este caso es Rajoy, puesto que es el que más posibilidades tiene de hacer cumplir su juramento o promesa a los demás, pero se dan dos circunstancias para que la desidia le venza en este caso: no tiene madera de héroe y ve mucho zascandil a su alrededor. Hay otra tercera circunstancia, y ésta agrava mucho las cosas: dispone del dinero de los contribuyentes.
Lo que parece ser que ha hecho Rajoy es mandar a Soraya a entenderse con los salvajes, teniendo en cuenta que ‘entenderse’ significa sobornarlos o apaciguarlos con el dinero que tiene obligación de emplear en cosas productivas. En lugar de aplicar la ley de manera automática, permite que el payaso ese que atiende al nombre de Puigdemont se ría al recibir una nota judicial. A ver si va a ir Soraya a decirle ‘no pasa nada, mi niño, no te vamos a meter en la cárcel’.
Lo triste del caso es que este gobierno es la opción menos mala de las que eran posibles.

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