miércoles, 7 de diciembre de 2016

Puig, menudo elemento

La situación actual en que en Europa y en el mundo proliferan los líderes políticos capaces de hacer cálculos mezquinos y que como resultado de los cuales meten la pata, con graves consecuencias para todos, pone de manifiesto que cuesta mucho encontrar un buen dirigente y que cuando aparece uno hay que darse con un canto en los dientes y saber que hasta que llegue el siguiente tendrá que pasar mucho tiempo.
Al margen de que la realidad también demuestra que se suele reconocer a ese buen dirigente cuando ya no está en el ejercicio de su cargo, está la otra verdad bastante más dolorosa para los españoles, y es que no nos conformamos con un inepto, sino que hemos de soportar a 18 al mismo tiempo. Al presidente de España y a los de las autonomías.
En el Reino de Valencia, cuyo nombre oficial es Comunidad Valenciana, pero los catalanistas insisten en llamar País Valenciano, todavía no ha habido un presidente bueno, aunque Rajoy en su día pusiera como ejemplo de gestión al enloquecido Camps. Tras éste hubo otro que cuando hablaba parecía que tomaba a los ciudadanos por tontos, pero comparado con él resultó ser una maravilla. En Castellón lo conocían como Fabra el bueno, de pelar sería, pero el caso es que puesto que en caja no había más que deudas tuvo que ajustar el presupuesto.
Puig no es que no sea bueno, es que es un melón. No tiene delirios de grandeza como Camps, sino que sus delirios son catalanistas. Trata de disimular esa querencia suya, porque sabe que le quita votos, pero cree que untándolo con vaselina puede introducir el catalanismo poco a poco. Para este fin va a gastarse una friolera de millones en reabrir la Televisión Valenciana y dice convencido que la Constitución hay que cambiarla. Lo que pretende es perjudicar a unos españoles para beneficiar a otros. 


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