Suele suceder que quienes acceden a la presidencia del gobierno español se creen tocados por alguna suerte de gracia divina, que les otorga algún tipo de superioridad sobre el resto de los ciudadanos. Ello les lleva a empeñarse en proyectos que no cuentan con el apoyo de la mayoría, simplemente porque creen que lo que ellos piensan es lo mejor. Puede que sea cierto o puede que no, pero, en cualquier caso, no deberían tomar decisiones relevantes en contra de la opinión mayoritaria de la población. Alguna cosa habría que cambiar para evitar que esto suceda. Otras fórmulas electorales que hicieran que los políticos no se vieran más que lo que son: servidores de los ciudadanos. Algunas medidas deberían ir encaminadas a acercar a los políticos a los ciudadanos, como las listas abiertas o algo que vaya en esa dirección, para que los candidatos dependan más de los electores que de sus jefes de filas. Y otra medida podría ser la de limitar los mandatos de los presidentes a ocho años. Algo falla en la democracia española, tan reciente por otro lado, cuando vemos que en muchas de las Comunidades Autónomas hay partidos enquistados en el poder. Evidentemente, hay que respetar los resultados de las elecciones, pero ese respeto no impide que se haga notar que lo ideal es que haya alternancia y que si no la hay es porque algo falla. Quizá las relaciones de las Comunidades Autónomas con el gobierno central y de ellas entre sí influyan en que las cosas sean de este modo. Por tanto, no basta con que un candidato prometa que si gana sólo reintentará la presidencia una vez, sino que entre todos deberían conjurarse para buscar una solución. Los partidos tradicionales son reacios a ceder poder, ellos quieren tener a sus diputados bajo control, para que digan, hagan y voten lo que les mandan. En este sentido, el partido de Rosa Díez y Fernando Savater representa alguna esperanza, porque es el que puede traer o intentar traer innovaciones.
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