Según un reportaje de El País, Felipe González y Alfonso Guerra, a los que Tierno Galván llamaba “esos chicos de Sevilla, se han reencontrado para conmemorar viejos tiempos. ¡Quién iba a decir que pasado el tiempo los íbamos a añorar! También sería caso que dentro de unos cuantos años añorásemos a Zapatero. Tratar de influir en el sentido del voto de la gente puede conllevar que luego se tengan cargos de conciencia. Mejor dejar que las cosas vayan a su aire. El aire debe de ser el que ha traído a Pepiño a Valencia, a ver a Pepa Frau y a hablar de las próximas elecciones. A él le gustaría que se dijera que ha hecho disquisiciones muy metidas en razón, pero en realidad no ha dicho más que chorradas, hablando en lenguaje llano y castizo. Alguien que sí que sabe, Enrique Arias Vega, ha dicho que le parece muy improbable que el PSOE mejore los resultados de 2004 en la Comunidad Valenciana. Puede que cuando hizo el pronóstico ya contara con que Pepiño iba a venir, para dificultarle un poco más las cosas a De la Vega. Volviendo a quienes encarnaron la máximas esperanzas de muchos socialistas en aquellos primeros tiempos de la democracia, la verdad es que las fotos de El País dan idea de que se muestran muy complacidos con su actual situación, cómodamente instalados en las clases altas y conservando grandes dosis de poder. No es probable que los inspectores de Hacienda los hayan citado ni una sola vez. Lo digo porque conozco pobres a los que Hacienda suele citar por cosas sin importancia, que además suelen justificar. No se les nota a Felipe González y Alfonso Guerra ningún asomo de arrepentimiento por aquellas cosas que hicieron mal; por las que debieron hacer y no hicieron, por comodidad o cobardía; por las que hicieron y no debieron hacer, por principios éticos; por aquellas en que se equivocaron de medio a medio, por no haberse fijado bien; por no haber intentado cambiar aquellas cosas de la Constitución que ya vieron que no servían; por no haber parado aquellas cosas que de seguir por el derrotero que iniciaron se convertirían en muy peligrosas. Los políticos, por lo que se ve, no tienen sentido de la responsabilidad. Parece más apropiado adjudicarles un alto grado de vanidad.
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