Ha dicho Jordi Pujol que no respeta a Rajoy ni a Zapatero porque utilizan a Cataluña para sus luchas incívicas. Para el ex presidente parece indudable que Cataluña es el eje alrededor del cual gira el universo. Cataluña es un bien en sí mismo, algo sobre cuya bondad no debe caber ninguna duda. Ante esto, no cabe más que deducir que los catalanes no tienen más remedio que estar al servicio de Cataluña. Hay que glorificar a Cataluña por encima de todo y convenir en lo mal que la viene tratando España. Ocurre que mientras Pujol estaba inmerso en su particular cruzada, tratando de llevar a los catalanes por su senda, olvidó otras cosas, como la red del metro. La labor de un gobernante debería ser la de procurar el bienestar de sus administrados, o sea, fomentar las más nobles cualidades humanas, como la nobleza, el gusto por la independencia de criterio, la solidaridad, la justicia, etc. Sin embargo, el buen hombre, al que algunos se empeñan en admirar, y ya veremos lo que dice la historia de él dentro de unos pocos decenios, se empeñó en instaurar el pensamiento único y en que la vida resultara difícil para quienes no abrazaran la causa. España es un país que acaba de salir de una dictadura, está tratando de encontrar unos mecanismos que permitan el funcionamiento más eficaz y aparecen algunos que en lugar de buscar soluciones justas y admisibles por todos, promueven el egoísmo y el fanatismo. ¿Es eso respetable? Hablando del respeto que tiene o no tiene Pujol, conviene recordar que una cosa es ser respetado, o no, y otra ser respetable. Ser respetado o no depende del rigor, o falta de él, de los demás. En cambio, ser respetable depende del propio esfuerzo. Uno cualquiera, Anasagasti, por ejemplo, puede menospreciar al Rey y ufanarse por ello. Pero el Rey no es más o menos respetable por lo que diga Anasagasti, como éste debería saber. Pujol sería admirable si hubiera hecho grande a Cataluña sin enfrentar a los catalanes con el resto de españoles. No consta que haya hecho grande a Cataluña, ojalá hubiera sido así.
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