En los últimos días se van dando a conocer detalles de la vida privada de Osama Ben Laden, de los cuales se puede colegir que se trataba de un fulano bastante vulgar. Pero, ¿qué otra cosa podía ser? Esta exhibición de datos viene a ser como aquella de Abimael Guzmán, el líder del Sendero Luminoso, que fue paseado dentro de una jaula y vestido con el traje a rayas de los presidiarios, con la clara intención de desvirtuar el mito.
Lo que no podía esperarse de la casa de Ben Laden es que hubiera alguna prueba que demostrase su carácter virtuoso. Nada de lo que se sabía de él permitía establecer algún paralelismo con Gandhi o similares, sino que en todo caso su psicología estaría mucho más cerca de la de Jack el Destripador. Una vez eliminado el peligro con la muerte del líder de Al Qaeda, y la seguridad de que su sucesor caerá también, lo lógico hubiera sido olvidarse de él, pero se conoce que la maldad produce mucha fascinación en las gentes y quizá sea ese el motivo por el que se ha considerado conveniente desvelar tales facetas de su vida privada. La maldad fascina sobre todo a aquellos que no logran sacar el odio de sus vidas. Recordemos que el odio es el sentimiento que más agitan los políticos manipuladores, lo que demuestra que está muy extendido, porque quienes lo hacen obtienen beneficios electorales con esta actitud. El odio figura de forma tan natural en las vidas de algunos que lo muestran sin pudor, simplemente lo dirigen contra algún objetivo susceptible de ser usado de este modo y con ello ya lo creen justificado y correcto. No es de extrañar, pues, que estos mequetrefes que alcanzan alguna notoriedad merced a sus infamias puedan ser mitificados. Se trata, en todo caso, de mitos sin sentido.
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