sábado, 27 de julio de 2013

El pecado del cardenal

La Iglesia Católica tiene un peso importante en la vida española. Percibe cuantiosas cantidades procedentes de los impuestos. Durante la Campaña de Renta en los templos hay carteles en los que se exhorta a poner la X en la casilla de la Iglesia. Al dios dinero se le invoca en todas partes.
Los prelados convocan manifestaciones con las que pretenden interferir en la vida política de la nación. Hacen procesiones con las que cortan calles e incluso se atreven a reconvenir a la ciudadanía: “En Madrid se peca masivamente”, dijo Rouco en cierta ocasión. Quizá tenga información privilegiada. No sé cuanta gente irá a confesarse con él. O quizá se refiera al Rey, pero el Rey es sólo uno aunque valga por muchos.
La cuestión es que si la Iglesia hace todas esas cosas también se expone a ser criticada. Lo mismo que Rouco dijo que en Madrid se peca y ya suponemos a qué pecado se refiere, podría decir también, él u otro cardenal, que el nacionalismo es una peste. Pero muchísimo peor. Porque por culpa del nacionalismo se rompen familias, se rompen amistades, se rompen voluntades.
La consigna es: Todos a una, como Fuenteovejuna. Pero no de forma voluntaria o espontánea, sino por obligación. El que se mueva no es que no sale en la foto, es que no come. Y de esa anulación de la persona no se quejan los cardenales, ni los abates, ni los pericos de los palotes. A lo mejor es que quieren comer.
La cosa no es nueva. Según se puede leer en el magnífico libro de José Luis Ibáñez Salas, 'El franquismo', durante la dictadura de Franco una gran cantidad de curas vascos escribieron una carta alineándose con los nacionalistas. Y la Conferencia Episcopal no dijo nada, el cardenal Tarancón tampoco, y por ahí andaba ya Eta.
Se conoce que entre los mismos pecados hay clases. Algunos no conviene verlos.

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