jueves, 4 de julio de 2013

Hasta el gorro del ministro Soria

Tenía que llamar perentoriamente a Correos. Ha sido en la propia oficina de ese organismo estatal en donde se me ha dado el número, que, por otra parte, es el mismo que figura en todas las guías telefónicas y en su propia web.
Puesto que todavía estamos en el Estado del Bienestar, no hay forma humana de que alguien coja el teléfono que se me ha dado. Es muy probable que cuando entremos en ese Tercer Mundo al que nuestras oligarquías políticas y financieras nos dirigen a marchas forzadas las cosas cambien.
El problema, no obstante, es otro. En varias ocasiones, ONO, que es mi proveedor telefónico, me ha lanzado un mensaje equívoco. Después de haber sonado unas cuantas veces me decía que no podía hacer esa llamada porque tengo algunos números restringidos. A la segunda vez que me ha dicho eso, he querido llamar a ONO para aclarar este extremo, y aquí empieza el calvario.
La prepotencia con que esta empresa telefónica trata a sus clientes es digna de estudio. Yo tenía prisa por hacer la llamada (finalmente, un amable empleado de otra oficina de Correos, después de varios intentos por su parte, ha optado por darme una dirección electrónica y he utilizado esa vía, espero que fructíferamente y dentro del plazo). La cuestión es que para hablar con alguien de ONO hay que sortear primero a una serie de robots y escuchar unos cuantos spots publicitarios, y mientras tanto el tiempo pasa, la desesperación sube y la indignación aún más. Finalmente, ha resultado que no tengo ningún número restringido y entonces no sé por qué sale aquel mensaje.
Todo esto lo consiente el ministro Soria. ONO es una empresa privada y puede actuar como le dé la gana, pero el ministro dicta las normas a las que deben ajustarse las empresas.
El semblante severo, con el que el ministro se fotografía a veces, no le hace más respetable. Lo será cuando respete y obligue a respetar a contribuyentes.

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