lunes, 1 de julio de 2013

La grandeza de Nelson Mandela

Lo fácil es alabar a Mandela, puesto que la mayor parte de la gente lo hace. Lo difícil es homenajearle debidamente, cosa que no me cabe duda que será intentada por algunos.
Hacerlo consiste en captar sus enseñanzas. Los hay que van buscando gente de la que puedan aprender. Pues aquí tienen un maestro.
Durante nueve de los veintisiete años que duró su cautiverio tuvo que vivir en una celda muy pequeña, con un lecho de paja y por toda comida tenía un potaje de maíz que se le daba tres veces al día. Sólo se le permitía recibir una visita y una carta cada seis meses.
Lo habitual en esas condiciones es ser vencido por el odio, por la desesperación, por el desánimo, p por cualquier otra cosa similar.
Él, en cambio, salió indemne de esta prueba, más fortalecido que antes. Vienen muy al caso unas palabras que escribió Francisco Ayala, en un artículo titulado 'Cervantes, abyecto', con el que defendió al universal escritor: [...] y hay quien, sintiéndose limpio por dentro, […].
Odiar, traicionar, vilipendiar, etc., son cosas fáciles, al alcance de cualquiera. Lo hacen y se quedan tan anchos. Por ese motivo, el odio y la traición son tan utilizados por los políticos mediocres, con el fin de alcanzar sus propósitos. Pueden llenar campos de fútbol con un lema traicionero, o con una proclama desleal, pero los llenan de borregos. Están muy lejos de personas como Nelson Mandela. No obstante, se llenarán la boca hablando de él, en el intento de utilizarlo para su causa, porque saben que la canalla es más abundante que la gente de verdad.
No sabemos lo que pasará en Sudáfrica tras la muerte del gran líder que tuvieron por fortuna para todos, aunque no conviene hacerse demasiadas ilusiones. El ejemplo de Mandela es para todo el mundo, para los que de verdad quieren aprender, y no sólo para sus paisanos.

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