martes, 13 de mayo de 2014

Sobre el asesinato de Isabel Carrasco

No hay nada que pueda justificar un asesinato. Ante un hecho de esta naturaleza, todos los demás asuntos que tienen que ver con él se difuminan. La policía tiene que hacer su trabajo, parte del cual consiste en averiguar el móvil del crimen y luego el juez tendrá que dictar sentencia. Pero el asesino siempre ha de recibir una condena.
A raíz del asesinato se ha producido un buen número de reacciones lamentables. Ha salido a relucir lo peor de la especie humana. Quizá sea signo de los tiempos que cierto tipo de gente no tenga reparo en mostrar la inmundicia que va atesorando en su deambular por la vida.
Algunos de esos que han mostrado su horrible cara se presentan como candidatos en las próximas elecciones europeas. Y no cabe duda de que habrá gente que les vote. Dicen que es bueno saber cuántos canallas hay, pero yo no estoy tan seguro de eso. Cuando alguien trata de llevar a cabo un proyecto bienintencionado espera que el público lo agradezca. Saber que hay un grupo de personas, más o menos numeroso, que nunca aplaudirá nada bueno y que, por el contrario, se entusiasma con lo ruin y perverso no motiva mucho. Quizá fuera mejor que lo siniestro quedara en la oscuridad, y así estos tipos sabrían que para salir a la luz tendrían que mejorar.
No todo ha sido lamentable en este caso. Creo que la mayoría ha reaccionado bien. El grueso de la población y de los comentaristas ha reaccionado condenando el vil asesinato, porque todos los asesinatos lo son, como lo prueba el hecho de que luego surja gente vil que trata de comprenderlos o justificarlos.
Las personas civilizadas resuelven sus diferencias mediante el talento, y si éste no es suficiente recurren a la justicia. Las personas civilizadas también tienen como una de sus prioridades el perfeccionamiento de la justicia.

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