jueves, 8 de mayo de 2014

Uno de los errores de Aznar y Zapatero

El poder es muy tentador. Tanto que esclaviza de forma casi traumática, o sin el casi, a quienes le persiguen.
Una cosa es hacer lo que se debe, o lo que se cree que se debe, y otra muy distinta obrar arbitrariamente, que es lo que suelen hacer aquellos a quienes les gusta sentirse poderosos. Zapatero, por ejemplo, presumió en Málaga de que las inversiones del gobierno en esa ciudad habían crecido exponencialmente, como si los malacitanos se lo debieran. Dio a entender, con su manera de hablar que no lo había hecho para cubrir unas necesidades de Málaga, sino, sencillamente, porque había querido hacerlo (y habrá que ver cómo sale del trance en el que está involucrada Magdalena Álvarez, la ministra de Fomento de la época). Estas cosas vienen siendo frecuentes en todos los presidentes del gobierno de España y también en los autonómicos.
En el caso de Aznar, cabría detenerse en su empeño por desmontar el grupo Prisa, al que tanto favoreció el gobierno anterior. El gobierno siguiente, el de Zapatero, también intentó contrarrestar a Prisa. Unos y otros gobernantes manejan el dinero de los impuestos como quieren.
Aznar quiso servirse de su entonces amigo Villalonga para acabar con el imperio Prisa y así nos fue. Esa aventura de Telefónica, con la salida a bolsa de Terra y Movistar incluidas, resultó muy cara y generó daños colaterales.
Si los poderosos supieran estarse quietos, sobre todo cuando no manejan su dinero sino el de los demás, todos saldríamos ganando. Lo que tanto anhelaban Aznar y Zapatero ocurre por sí solo, sin que ellos tengan nada que ver. Quizá esto último les sepa mal. Prisa se muere sola. Cebrián, otro al que se conoce que le gusta el poder, en su intento por tener más y más, ha podido incurrir en inversiones ruinosas que acabarán por destruir el grupo.

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