lunes, 17 de agosto de 2015

Cornada en el pecho

Cuesta entender que a estas alturas de la historia persista la fiesta de los toros en la calle. O sea, es difícil de entender si se piensa racionalmente en el asunto, porque si uno se atiene a la realidad ésta es que hay mucha gente dispuesta a arriesgar la vida tontamente y también hay bastante dispuesta a contemplarlo.
En el libro 'Valencia, su Mercado Central y otras debilidades' doy noticia de dos señores, con sus nombres completos, que arriesgaron sus vidas por algo que merece la pena. Vivir es un riesgo y no sólo eso, sino que en muchas ocasiones las circunstancias obligan a correr otros riesgos que no estaban previstos y no todos se atreven. Correrlos gratuitamente es una estupidez. En los colegios debería explicarse a los niños que hacer burradas no nos convierte en más personas, sino en más burros.
Los toreros profesionales cobran por arriesgar su vida, aparte de que tienen un quirófano preparado, por si acaso. Cobran, saben mucho de toros, porque se pasan la vida estudiándolos y lo que hacen es artístico. A pesar de todo eso, tampoco se entiende a los espectadores de las corridas, porque si se les quitaran los cuernos a los toros no irían. O sea, que lo que ejerce atracción sobre ellos es el riesgo que corren los matadores.
En el caso de los toros en la calle, incluidos los sanfermines en este apartado, no hay arte, sólo riesgo estúpido, muchas veces fanfarronería vana y bastante deshumanización.
Lo humano consiste en utilizar el cerebro y utilizarlo de forma racional, o sea, preguntándose cosas. Lo otro, utilizarlo para conseguir objetivos, es una derivada, a veces no muy limpia.
No utilizar el cerebro y dar rienda suelta a los instintos, las emociones, los sentimientos, no es humano. Es el cerebro el que ha de decidir a qué instintos, qué emociones, o qué sentimientos se les da rienda suelta.

No hay comentarios: