sábado, 1 de octubre de 2016

De Rita Barberá a Pedro Sánchez

Parece ser que en la clase política española, salvo honrosas excepciones, se ha instalado la convicción de que un cargo político viene a ser como una plaza de funcionario obtenida mediante oposición.
Quizá porque la obtención de esa plaza se deba a un trabajo duro consistente en saber hacer maniobras dentro del respectivo partido y sonreírle a quien convenga en el momento que convenga. Hay que pensar así, porque en la política española la carencia de ideas es total. En cambio, a todos se les adivina muy capacitados para los movimientos en la sombra.
Teóricamente, las personas llegan a la política con la intención de servir a su país a través del partido político cuyas ideas están más próximas a las suyas. Motivo por el cual en el mismo momento en que su presencia es un estorbo más que una ayuda deberían dejar el cargo y volver a sus ocupaciones anteriores.
Esta situación se ha dado en muchos casos y generalmente los interesados se aferran al cargo, causando un estropicio tanto a su partido como a su país. Con lo cual se demuestra que no era cierto que se asomaran a la política para hacer un servicio.
Con respecto a Rita Barberá, ignoro si realmente es corrupta o no lo es. Es tarea de los jueces dictaminar sobre estos asuntos. Lo que sí que salta a la vista es que bajo su mandato el ayuntamiento de Valencia ha gastado mucho más dinero del que sería prudente, con resultados catastróficos para los ciudadanos.
La cuestión Pedro Sánchez es evidente. Con él a los mandos, el PSOE acabaría siendo engullido por Podemos. Conviene destacar la elegancia con la que PP observa el terremoto que lo sacude, mientras que Podemos trata de azuzarlo, con el evidente propósito de recoger a continuación los restos. Por otro lado, a Pedro Sánchez no se le conoce más ideario que el de su supervivencia política.

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