Ahora que el infierno vuelve a estar de moda tal vez sea bueno preguntarse si los Papas también pueden ir y al lanzar esta pregunta no pretendo señalar a nadie, sino plantear la opción del libre albedrío. Es decir, está bien que uno tenga en cuenta lo que dice el Papa, pero eso no significa que le pueda cargar la responsabilidad final de los propios actos. Teniendo en cuenta lo que antecede, yo creo que lo que debió haber hecho el Papa en Brasil es pedirles a los fieles que ayudaran a las mujeres que no quieren abortar. Exhortar a la gente a que sea más bondadosa, a que no pisoteara a los pobres e incluso que les auxiliara creo que hubiera sido una actitud más propia. Teóricamente, un pobre tiene los mismos derechos que un rico, pero en la práctica es muy difícil que logre terminar un solo día sin que nadie haya pasado sobre él. Explicar a los pobres que estos hechos ciertos no menoscaban su dignidad hubiera sido un mensaje esperanzador para ellos y una prueba de que no se les tiene en el olvido. El mensaje de las jerarquías religiosas debería ser espiritual. A nadie se le escapa que una persona aparentemente intachable y cumplidora de las normas puede esconder un alma brutal, incapaz no sólo de dar ayuda a quien la necesita, sino también de traicionar arteramente al desvalido, siempre y cuando no se le pueda probar su villanía. Puede ser una víbora. Por el contrario, alguien aparentemente descuidado en este aspecto o, sencillamente, que no se ajuste a las normas católicas, puede ser una bellísima persona capaz de hacer grandes sacrificios por ayudar a otros. En mi opinión, el Papa ha ido a Brasil a hacer política, más que a predicar la santidad. En lugar de tratar de aumentar la calidad de sus fieles, busca engrosar el número. Exige lo aparente y no lo sincero. Volvemos al principio, entonces y a la responsabilidad individual.
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