¿Quiénes son los dueños de las naciones, las ciudades o los pueblos? La ciudad de Valencia, por ejemplo, fue fundada en el año 138 antes de Cristo. De modo que es mucha la gente que ha contribuido a que esta ciudad sea lo que es. Presumiblemente, también nacerán muchos nuevos valencianos e igualmente vendrán gentes de otros lugares, que también pondrán su granito de arena, como los primeros romanos. Alguien que haya nacido en Valencia, y vivido en ella durante muchos años, puede desplazar su residencia a otro lugar por múltiples motivos. Su mente sigue estando en Valencia, a donde piensa volver en cuanto pueda. ¿Por qué no ha de poder votar en las elecciones municipales? A él le interesa más lo que se decida con respecto al viejo y al nuevo campo de fútbol del Valencia que a un recién llegado. A quien lleva a Valencia en el corazón, aunque resida a cien o a seis mil kilómetros puede interesarle escudriñar en los programas alguna referencia al Colegio del Arte Mayor de la Seda. Se ha vuelto a plantear la posibilidad de que por el viejo cauce vuelva a discurrir el agua, aunque de un modo controlado. La idea le gusta, pero el agua escasea y el proyecto cuesta dinero. Hay que sopesar si merece o no la pena. ¡Ah!, pero ha llegado Pepiño y ha dicho que no puede votar. Tampoco quiere que vote el ciudadano de un pequeño pueblo cuya faz puede cambiar radicalmente según gane uno u otro partido. Ha tenido que emigrar, espera que temporalmente, y ahora no podrá decidir sobre lo que le interesa, si prosperan las geniales tesis de Pepiño. Si nos salimos de la ciudad y pasamos al terreno autonómico, puede surgir la cuestión del Teatro Romano de Sagunto que, según sentencia, hay que revertir a la situación original. Eso cuesta mucho dinero. ¿Tiene derecho un emigrante (que mientras vivió en su tierra y siempre que vuelve de visita tiene la costumbre de visitarlo, a mirar en los programas, para ver que piensan hacer en este asunto) a votar? Pues según Pepiño, no.
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