“Espero que no me disparen cuando sobrevuele la Zarzuela”, dijo Chávez y sus acompañantes pusieron buen cuidado en reírse todos, como vienen haciendo cada vez que Mico Mandante dice algo que cree gracioso. El Rey de España ya ha disparado su bala, que le ha dolido al destinatario en lo más hondo y que jamás podrá sacarse de dentro. Pretende juzgar el grotesco personaje lo que hicieron los españoles hace 500 años, sin caer en la cuenta de que lo que él mismo les está haciendo a los venezolanos aquí y ahora es infinitamente peor. Como es tan zoquete se cree capacitado para imponerse a la ley natural, o quizá es que desconoce que existe. Un gobernante que aspire a ser bien recordado en los tiempos venideros debería inspirarse en Marco Aurelio. Todos aquellos que optan por el populismo y la demagogia están irrevocablemente encaminados al sumidero de la historia. No cabe de que cuando se escriba dentro de unos años, los conquistadores españoles estarán mucho mejor considerados que esos bocazas que no quieren más que aprovecharse de sus compatriotas. En el interesante libro “Cómo habla Dios”, de Francis S. Collins, se dice que la criatura que surgió del proceso evolutivo y que en un momento dado tuvo suficiente inteligencia como para que un arqueólogo moderno la catalogara como ser humano, todavía era un animal en esa fase, puesto que todos sus procesos físicos y psíquicos tenían como objetivo conseguir fines materiales. Acaso se le pudiera preguntar a Mr. Collins si hay algún motivo que le haga pensar que todos los llamados seres humanos de hoy hemos escapado de la animalidad. Si ese deseo de someter a los demás por la fuerza o mediante engaños no le induce a pensar que quienes actúan así se han quedado muy atrás en el proceso evolutivo. De hecho, Aldous Huxley distinguía entre seres humanos y animales capaces de aprender, y aunque el método que dio para distinguir entre unos y otros sea discutible, es innegable que más de un animal anda suelto.
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