Ha dicho Rubalcaba que Rajoy tiene cara de perdedor. Sin duda que se le ha pasado por el alto que el perdedor tiene un cariz más entrañable y más humano que el ganador, que a menudo es alguien que con tal de salirse con la suya obvia todos los principios morales, habidos y por haber, siendo capaz incluso, en algunos casos, de hacer promesas de modo totalmente irresponsable. El perdedor, en cambio, puede haber sido víctima de algo inesperado, contra lo que le ha sido imposible luchar. Por otro lado, el lenguaje de los políticos debería hacer que los ciudadanos nos planteáramos muy en serio la posibilidad de votar en blanco. Para ellos, ganar o perder es cuestión de vida o muerte y tratan de contagiarnos a los ciudadanos su angustia. Pero nosotros lo que queremos es que trabajen (aunque a la vista de la realidad de las cosas, parece mejor desear que se vayan de vacaciones y dejen que las cosas funcionen por inercia). Se tiene Rubalcaba por buen fisonomista, aunque olvida mirarse en el espejo. Podría explicarnos de qué tiene cara él, a ver si piensa que la tiene de ganador. Se le ha comparado con Fouché y probablemente la comparación le ha complacido. Pero no debería envanecerse mucho de tales dotes nuestro Fouchecito particular, que en donde de verdad ha demostrado pericia es en arte de enredar. Rajoy no es un perdedor, al menos no da el tipo. Ha conseguido encaramarse a lo más alto del PP y eso ya es un éxito considerable. No acomete los cambios en el partido que le demanda el público, quizá por no dar un paso en falso. Esa no es la conducta de un perdedor. No parece un personaje muy simpático para el público, la actitud que toma ante el público parece muy mediatizada por otros miembros de su partido, que acaso temen que gane, porque si lo hiciera a lo mejor sí que podría tomar decisiones. Y con todo ello, ahí está en las encuestas, sin ponerse por delante de Zapatero, pero sin perderlo de vista tampoco, haciendo que sienta su aliento en el cogote. Puede ser que al final, los ciudadanos opten por votar al que parece menos simpático, pero menos inclinado a la irresponsabilidad y el sectarismo.
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