En un principio, ser meapilas y nacionalista es como sorber y soplar al mismo tiempo, o sea, totalmente incompatible. Sin embargo, abundan los meapilas nacionalistas, cosa que obliga a prestar más atención al asunto, momento en el que se cae en la cuenta de que el meapilas se esfuerza sobre todo en aparentar. Tampoco cabe entender, a partir de este dato, que los meapilas sean insinceros con la religión y sinceros con el nacionalismo. La insinceridad es a tiempo total.
Un nacionalista puede serlo hoy y ayer no haberlo sido o mañana dejar de serlo. Un nacionalista nunca encuentra razones para serlo; no puede defender su postura en los círculos intelectuales, en los que cae derrotado a las primeras de cambio; los nacionalismos se nutren de los sentimientos, siempre manipulables, y su mejor argumento es el número: cuantos más sean los nacionalistas, más fuertes se sienten; lo único que tienen que hacer es no atender a quienes no opinan como ellos, o ponerlos en una suerte de lista negra. Descalificarles, etc. El arma de un intelectual es la palabra. Basta con quitársela para anularlo. Lo políticamente correcto hoy en día en determinado sitios es ser nacionalista. Quien ayer no le era ha pasado a serlo hoy, no vaya a ser que piensen de él que está loco y, por tanto, digno de ser enviado a una especie de archipiélago Gulag, o sea, a quedarse sin amistades, poco más o menos.
En este contexto, hay una serie de curas que han protestado por escrito por el nombramiento del nuevo obispo de su diócesis, José Ignacio Munilla. José Mantero fue suspendido a divinis por hacer pública su homosexualidad; sin embargo, ni Uriarte, ni Setién, ni esos curas rebeldes han sido suspendidos y ni siquiera llamados al orden. Pero José Mantero no puede dejar de ser homosexual, mientras que esos curas olvidan voluntariamente que su labor nada tiene que ver con la política.
Un nacionalista puede serlo hoy y ayer no haberlo sido o mañana dejar de serlo. Un nacionalista nunca encuentra razones para serlo; no puede defender su postura en los círculos intelectuales, en los que cae derrotado a las primeras de cambio; los nacionalismos se nutren de los sentimientos, siempre manipulables, y su mejor argumento es el número: cuantos más sean los nacionalistas, más fuertes se sienten; lo único que tienen que hacer es no atender a quienes no opinan como ellos, o ponerlos en una suerte de lista negra. Descalificarles, etc. El arma de un intelectual es la palabra. Basta con quitársela para anularlo. Lo políticamente correcto hoy en día en determinado sitios es ser nacionalista. Quien ayer no le era ha pasado a serlo hoy, no vaya a ser que piensen de él que está loco y, por tanto, digno de ser enviado a una especie de archipiélago Gulag, o sea, a quedarse sin amistades, poco más o menos.
En este contexto, hay una serie de curas que han protestado por escrito por el nombramiento del nuevo obispo de su diócesis, José Ignacio Munilla. José Mantero fue suspendido a divinis por hacer pública su homosexualidad; sin embargo, ni Uriarte, ni Setién, ni esos curas rebeldes han sido suspendidos y ni siquiera llamados al orden. Pero José Mantero no puede dejar de ser homosexual, mientras que esos curas olvidan voluntariamente que su labor nada tiene que ver con la política.
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