Según una noticia que publica El Periódico, agentes antiterroristas británicos visitan guarderías para detectar signos tempranos de radicalización. Pero si esos mismos agentes visitaran, no ya las guarderías españolas, sino los centros de los ya mayorcitos sufrirían un colapso. O, mejor dicho, se partirían de risa, porque tradicionalmente a los británicos les han venido muy bien los descalabros de los demás.
Los sentimientos se pueden manipular y si uno no está listo cuando le atacan por ese lado, puede caer en una trampa que no le interesa en absoluto. Y una vez que ha caído en esa trampa ya es fácil radicalizarle. Alguien radicalizado de este modo viene a ser un instrumento de otras personas, no necesariamente más inteligentes pero sí más astutas. Eso lo saben muy bien los nacionalistas, que no dudan en tildar a su vez de nacionalistas a quienes se les oponen, para desactivarlos.
A los estudiantes españoles no se les prepara para la vida, enseñándoles a pensar por sí mismos, y mostrándoles el valor de la duda. Ambas cosas, pensar por uno mismo y dudar sistemáticamente van en contra de los intereses de los manipuladores, que necesitan llenar los cerebros de los alumnos de certezas, aunque las cosas que se les den como ciertas no sean más que interpretaciones interesadas. Estos manipuladores de nuestros infantes también necesitan llenar sus corazones de odio hacia quienes pueden abrirles los ojos, y con tal motivo los describen como si fueran demonios.
Las siguientes generaciones españolas se van a encontrar con una serie de problemas casi irresolubles, coronados por una deuda gigantesca. Pero nuestra frivolidad, como es natural, no se acaba ahí. En lugar de prepararlos bien para que al menos enfoquen las cosas de modo que quienes les sigan las puedan resolver, se les enseña a perseverar en el error, para que si por algún milagro queda algo en pie cuando tomen el relevo, lo destrocen también.
Los sentimientos se pueden manipular y si uno no está listo cuando le atacan por ese lado, puede caer en una trampa que no le interesa en absoluto. Y una vez que ha caído en esa trampa ya es fácil radicalizarle. Alguien radicalizado de este modo viene a ser un instrumento de otras personas, no necesariamente más inteligentes pero sí más astutas. Eso lo saben muy bien los nacionalistas, que no dudan en tildar a su vez de nacionalistas a quienes se les oponen, para desactivarlos.
A los estudiantes españoles no se les prepara para la vida, enseñándoles a pensar por sí mismos, y mostrándoles el valor de la duda. Ambas cosas, pensar por uno mismo y dudar sistemáticamente van en contra de los intereses de los manipuladores, que necesitan llenar los cerebros de los alumnos de certezas, aunque las cosas que se les den como ciertas no sean más que interpretaciones interesadas. Estos manipuladores de nuestros infantes también necesitan llenar sus corazones de odio hacia quienes pueden abrirles los ojos, y con tal motivo los describen como si fueran demonios.
Las siguientes generaciones españolas se van a encontrar con una serie de problemas casi irresolubles, coronados por una deuda gigantesca. Pero nuestra frivolidad, como es natural, no se acaba ahí. En lugar de prepararlos bien para que al menos enfoquen las cosas de modo que quienes les sigan las puedan resolver, se les enseña a perseverar en el error, para que si por algún milagro queda algo en pie cuando tomen el relevo, lo destrocen también.
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