domingo, 20 de diciembre de 2009

Urkullu se declara profundamente católico

Los hay que presumen de católicos o, como en el caso de Iñigo Urkullu, de profundamente católicos. Al verlos actuar, se tiene la sensación de que se manifiestan de este modo para obtener ventajas en los círculos en que se mueven. Alguna importancia tendrá el catolicismo en el País Vasco cuando los curas se atreven a enfrentarse al Vaticano; deben de saberse apoyados por la gente. Pero no lo han hecho por motivos religiosos, sino políticos. La degradación es evidente.
A quienes se declaran profundamente católicos habría que preguntarles qué idea de Dios tienen, qué esperan obtener de su fe, dónde creen que está, etc. Nos llevaríamos más de una sorpresa, o no tanta sorpresa, porque una cosa es que digan ser católicos y otra que crean en Dios. El católico forma parte de una comunidad, pero la fe es un acto íntimo. No se puede engañar a Dios, puesto que lo ve todo, incluso los pensamientos. ¿Cómo explicarán estos nacionalistas el odio a España? Porque reclamar la independencia en estos tiempos que corren en los que hacen falta entidades supranacionales para resolver los problemas que trae la globalización, no parece un acto de caridad cristiana. Pero que para lograr esa independencia soñada haya que incitar a la ciudadanía a que odie al resto de los españoles, se le mienta y manipule, y se tergiverse la historia puede considerarse como una gran inmoralidad.
¡Ah!, pero los obispos les han dicho que están en pecado mortal por otra cosa. ¡Benditos estos obispos! No me extraña que los curas les mesen las barbas, metafóricamente, claro. Urkullu, a pesar de que el obispo le ha advertido de que está en pecado mortal, ha tomado la comunión de manos del mismo obispo. La vida es un teatro. Urkullu ha dicho que asume “toda la culpa”, para eximir de ella a los diputados que han votado lo que él les ha dicho. Eso es una burla a Dios, una burla a la religión, una burla a los votantes, una burla a la democracia. Pero no pasará nada.

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