Se nos dice y se nos repite que la islámica es una religión pacífica y que muchas de las cosas que se hacen en su nombre son impropias de ella. Pero desde el momento en que la religión se mezcla con la política se mete, sin remedio, en la senda de la atrocidad. Sólo desligándola de la política podría ser una religión pacífica.
Por otra parte, cada vez que en nombre del Islam se condena a muerte por lapidación o en la horca, por motivos banales en juicios sin garantías, no se escuchan protestas por parte de quienes profesan esta religión, sino que ha de ser el mundo infiel el que se alarma y hace lo posible para impedir la salvajada.
Paralelamente, en la zona infiel se tienen tantísimos miramientos con los fieles al Islam que por esa causa hemos perdido muchas libertades y sufrimos muchas molestias. Sin nada de ello evite la posibilidad de un atentado en cualquier lugar. Sería conveniente que los países infieles se pusieran de acuerdo para cerrar todas las mezquitas existentes e impedir la construcción de nuevas mientras en los países islámicos no se tolere la existencia de otras religiones, con la consiguiente construcción de los templos que precisen para sus ceremonias religiosas, o la ausencia total de ellas. Los islámicos podrían seguir viniendo a los países infieles a trabajar, o de vacaciones, pero sabiendo que ante la imposibilidad de rezar se podrían condenar.
Tal vez, con esta medida, aparentemente egoísta, se hiciera un gran favor a las gentes oprimidas de aquellos países. No cabe duda de que una medida como esta serviría para aflojar el rigor con que aquellos inflexibles jueces tienen atemorizados a buena parte de sus ciudadanos. Quizá, en el mundo occidental hubiera algo más de tranquilidad. El mundo occidental debería hacer respetar sus propios valores.
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