El mundo se divide en dos: Los que creen a Christine Lagarde y huyen despavoridos y los que aprovechan para invertir en bolsa a precios de saldo. A Dominique Strauss-Kahn no le ha salido gratis del todo su aventura con la camarera del hotel. Tuvo que abandonar, en beneficio de Christine Lagarde, su cargo en el FMI. Anteriormente, Rodrigo Rato había salido por piernas, y no es probable que lleguemos a enterarnos jamás de los motivos.
A Christine Lagarde le subieron considerablemente el sueldo, con respecto al que cobraba su antecesor, para que se porte bien. Nos ponen los cabellos de punta. Cuando nos dicen la cuantía del sueldo y cuando nos informan del pretexto para subírselo. Y ahora con esto de la alarma. Tenemos una serie de organismos en el mundo de lo más pintoresco. A la grandilocuente ONU se la toman a pitorreo unos cuantos. El impresentable Mohamed, por ejemplo. O los gobiernos de Gibraltar y de Su Graciosa Majestad, cuya gracia no se ve por ningún lado. Pero son muchos más los que se toman a chacota a la ONU, comenzando por quienes la usan a su antojo. La OMS lanzó una injustificada alarma, no hace mucho, de la que se beneficiaron algunos laboratorios farmacéuticos.
Y ahora sale el FMI por peteneras y el resultado es que se hunden las bolsas. Tanto la OMS como el FMI deberían tener prohibido por ley lanzar alarmas de este tipo, que ni son lógicas ni sirven para nada bueno. El procedimiento oportuno debería ser el de utilizar los cauces reglamentarios para avisar a las autoridades mundiales, que, por su parte, también deberían tener formada su opinión sobre el asunto, puesto que hoy en día hay información de sobra y suficientes conocimientos técnicos. Otra cosa es que la crisis que padecemos haya puesto de manifiesto la falta de previsión de los políticos. Pero lanzar alarmas a los cuatro vientos no puede traer nada bueno.
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