A una víctima directa del terrorismo tiene que resultarle muy grato que se atrape a un terrorista, se le juzgue y se le condene. A una víctima indirecta, y todos lo somos, también. Por el alivio que supone, por solidaridad con las víctimas directas y porque hay que procurar que no exista la impunidad.
Vincular una sentencia judicial al llamado eufemísticamente “proceso de paz” es antidemocrático. Los jueces deberían ser totalmente independientes de los políticos. Si no lo son, no somos todos iguales ante la ley. Si para unos delincuentes puede haber impunidad y para otros no, la democracia no existe. Un demócrata desea que todos lo que han incumplido la ley paguen por ello y también desea que si se ha de indultar a alguien que el motivo por el que se hace sea de aplicación general y, por tanto, que no obedezca más que a razones jurídicas, y no políticas.
Los eufemismos son engañifas, son modos de ocultar al público la realidad de las cosas, o de disfrazar su realidad. Llamar proceso de paz a una negociación con una banda de peligrosos delincuentes, con casi mil asesinatos a sus espaldas y otro número grande de atentados con graves consecuencias físicas para sus víctimas es un menosprecio a la sociedad entera y en particular a quienes han sufrido en sus carnes la violencia etarra.
Lo que quiere un demócrata es que la sociedad que está ayudando a construir con su esfuerzo demuestre su fortaleza no cediendo ante el chantaje de una banda de indeseables. Lo que desea un demócrata es que los únicos cauces válidos para exponer proclamas políticas sean los establecidos por ley, con los límites que señala la misma ley. A lo que aspira un demócrata es a que aquellos que han sido ofendidos por los facinerosos sean tenidos en cuenta en todo momento y se les evite cualquier otro tipo de ofensa. Un demócrata se alegra de que Otegi vaya a la cárcel y deplora que Bildu haya sido legalizado.
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