A nuestro sistema político le llaman democracia, pero los primeros que no creen en ella son quienes viven de ella. Nos imponen todo, las lenguas que hemos de hablar, nos gusten o no, las carreras de Formula 1 que hemos de ver, los campos de fútbol que hemos de pagar, y muchas más cosas. De hecho, puede que no haya ni una sola parcela del vivir cotidiano en la que no nos impongan algo, y todo con nuestro dinero y nuestros votos.
Quienes presumían de primarias hace poco, cosa que molesta porque, en realidad, era una tomadura de pelo, ahora imponen al ministro Gabilondo en las listas de Valencia. Pero no será el único partido que imponga un paracaidista, porque es posible que lo hagan todos, dado que en otras ocasiones lo han hecho todos.
Son ellos los que hacen las leyes y cuando los jueces, interpretando esas leyes, mandan a algún político en la cárcel, van a acompañarlo hasta la puerta, lo que constituye una clara crítica a los jueces. Son ellos, los que primero politizan la política, para poder imponerles también a los jueces su voluntad, y son ellos quienes los presionan cuando están en trance de emitir una sentencia y son también los que llaman a desobedecerla cuando no les gusta.
¿Cómo nos podemos extrañar de que embebidos en sus propias preocupaciones no vieran llegar la crisis y no supieran tratarla después? Es cierto que Pizarro la explicó en aquel debate con Solbes, pero luego Aguirre ha dicho “no tenemos un puto duro”, Cospedal dice que en Castilla-La Mancha no hay dinero, en la Comunidad Valenciana las deudas llegan hasta el cielo, quizá debido a la beatería de Camps. Pizarro predijo lo que venía, pero nadie le hizo caso. Y ahora estamos en la ruina.
Por lo menos, que no nos hagan creer que tenemos democracia, porque sus hechos demuestran que no la hay.
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