Los ricos de algunos países han pedido a sus gobiernos que les aumenten sus impuestos. Cabe deducir que no lo hacen por altruismo, porque si fuera así no hubieran esperado a que el sistema esté en peligro para hacer su petición. Ellos, probablemente, piensan que pagando más pueden ganar más y si no lo hacen pueden perder mucho.
En España no puede ocurrir eso. O sea, no puede ocurrir que los ricos paguen más, y la prueba es que Rubalcaba ha optado por reverdecer el impuesto sobre el patrimonio, como si fuera lo mismo. Lo que quiere Rubalcaba es vender gato por liebre. Nos viene diciendo la publicidad de Rubalcaba (porque cuando no sufrimos la publicidad de Rajoy, nos hemos de tragar la de Rubalcaba, y ya sabemos que ambas las pagamos los contribuyentes), que es muy listo. Porque es muy listo, dice uno de los mensajes publicitarios. No voy a negar lo que se nos dice de modo tan enfático, pero no está bien que nos tome por tontos a los ciudadanos.
No es Rubalcaba el único que no tiene ninguna consideración por los ciudadanos. Personajes tan demagogos y populistas como González Pons también se apresuraron a pedir un gesto a los ricos, como si no cenara con ellos a menudo.
España, por otra parte, tiene más facilidades para reducir el déficit que otras naciones. Habría que calcular la tasa de políticos por cada cien habitantes, y establecer una clasificación por naciones en este particular. Quizá resultara que España fuera la primera; pero es que aún faltaría añadir a los asesores y a los asesores de los asesores. Una vez establecida esta clasificación, habría que medir también la eficiencia de la clase política de cada país. No sería sorprendente que resultara que en España hay más políticos por cada cien habitantes que en ningún otro lugar del mundo y que la clase política española está en los últimos lugares en cuanto a eficiencia. Bastaría con situarnos en mitad de la tabla en ambas cuestiones para que el ahorro fuera considerable.
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