No cabe duda de que ir en bicicleta de un lado para otro es más recomendable que hacerlo en vehículo motorizado; siempre que se trate de distancias prudentes, claro está. Ir en bicicleta, además, no sólo es beneficioso para el propio ciclista, al ayudarlo a mantener en buenas condiciones su estado físico, sino también para el resto de la población, puesto que las bicicletas no contaminan.
En este sentido, hoy se celebra en Valencia el Día de la Bicicleta, también conocido como Día sin Coche. Lo que ocurre es que bajo tan loable, a primera vista, objetivo se esconde una nefasta consecuencia, como es la de hacer creer a los ciclistas de que la razón está de su parte. Pues no.
Las ciudades se justifican por las aceras. Es en ellas en donde la vida se vuelve amable y llena de alicientes. Por las aceras es por donde la gente puede pasear tranquilamente, en soledad o acompañada, contemplando los monumentos, las fachadas, los escaparates, o charlando sosegadamente. En las casas se vive, pero en las aceras tiene lugar mucha vida social. Sin embargo, la invasión de las aceras por las bicicletas lo ha trastocado todo. Por las aceras ya no discurre la vida plácidamente, sino que la preocupación principal de los viandantes ha pasado a ser la de salir indemne del intento, la de preservar su salud. Para el corazón de los ciclistas invasores el pedaleo resulta saludable, sin duda, pero el corazón de los peatones con los que se cruza sufre mucho, a causa de la sucesión de sustos y de la indignación consiguiente.
Si el ayuntamiento de Rita Barberá permite concede la impunidad a los ciclistas que circulan por donde no deben, como viene haciendo, obtiene con ello otro efecto, ignoro si buscado, deseado o no tenido en cuenta, como es el que disminuya la educación en las calles, puesto que cada vez se nota más prepotencia en ellas.
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