Los parlamentarios españoles han declarado sus bienes en lo que parece un inútil ejercicio de desnudismo. Inútil, porque no va a cambiar el modo de hacer política, que es lo que los ha llevado a ser tan poco valorados y tan poco creíbles, e inútil también porque son muchos, sino todos, los que van a pensar que en esas relaciones de bienes declaradas hay trampa.
Lo que interesa a los ciudadanos es tener la sensación de que los políticos miran por sus intereses, los de los ciudadanos, y no por los suyos, de los políticos, de ahí esa sensación de que entran en la política para enriquecerse. Además, las leyes las hacen ellos y a los ciudadanos a menudo nos queda la impresión de que en otro país con más tradición tradición democrática algunos de nuestros políticos habrían parado en la cárcel sin remedio. Sin ir más lejos, cuando incitan a incumplir las leyes que ellos mismos ponen, cosa que no permiten que hagan los ciudadanos normales, a los que amenazan con embargos y con penas de cárcel si no se atienen a lo legislado.
Lo que interesa a los ciudadanos es que los políticos dejen de imponerles cosas, como, por ejemplo, las lenguas que han de hablar o estudiar, que el dinero de los impuestos se gasta atendiendo a los intereses de los ciudadanos y no a intereses electorales del partido en el poder, o a caprichos de quienes mandan, y que la oposición haga su labor, que consiste en impedir que quienes mandan actúen de forma indebida, y no que pongan el grito en el cielo cuando ya lo han hecho. Habría que ver si es que el sistema español no permite hacer la oposición como es debido o si el hecho de que no ocurra así se debe a la disciplina cuartelera de los partidos. Lo que interesa a los políticos no es quedar bien ante los ciudadanos, sino ante quienes hacen las listas. De ahí se derivan muchos males. Lo que tengan o no tengan los políticos es de un interés menor.
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