Los poderosos están acostumbrados a hacer lo que les parece, y a que sus actos delictivos queden impunes. No hay más que fijarse en lo ocurrido con Dominique Strauss-Kahn en Estados Unidos. Un pobre, con muchas menos pruebas en su contra que él, no hubiera tenido escapatoria. Eso, en Estados Unidos.
En España es mucho peor. Da la impresión de que en España a los poderosos que van a la cárcel se les pide perdón. Y ya que no se ha podido evitar que vayan, se procura que salgan lo antes posible. Decir nombres podría ser peligroso. Pero hay gente a la que han pillado con las manos en la masa, y no por haberlas metido una vez, sino por tenerlas dentro durante mucho tiempo, y anda por la calla, quizá esperando que se encuentre la fórmula que permita exculparlo.
No hay más que fijarse en quienes han arruinado las cajas de ahorros. ¡Las cajas de ahorros! Tan solventes que eran. Tanta confianza como inspiraban. Y ya no están. Es como si se hubiera hecho un pase mágico y ¡pum!, ya no están las cajas. A los responsables les premian, les dan golpecitos en la espalda, les llaman guapos. Sus trabajadores se dividen, en líneas generales, en dos: los que han sido despedidos y los que están llamados a trabajar el doble, en el caso de que sigan teniendo los mismos clientes que antes.
Pero a los poderosos, en líneas generales, no les basta con saberse impunes, o casi, sino que necesitan meterle el dedo en el ojo a alguien, y se lo tienen que meter a alguien no impune, sino indefenso. El llamado Rosell la tiene tomada con los funcionarios. No es la primera vez que se mete con ellos a lo basto, a cañonazos; cuando se refiere a los funcionarios no propone medidas inteligentes que mejoren, porque la hagan más justa y eficiente, la función pública. No propone erradicar el enchufismo y premiar los méritos verdaderos de la gente valiosa, sino que dice una gorda y se queda tan ancho. Ahora, a la vista de que está feo que los poderosos paguen un poco más, puesto que lo de otros países lo han solicitado, ha dicho que conforme, pero que también hay que meter mano a los funcionarios. ¿Otra vez?
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