Se trata, lógicamente, de Rita Barberá. Venía apoyando incondicionalmente a Francisco Camps, que ha dejado totalmente endeudada a la Comunidad Valencia, a pesar de que Manuel Pizarro, en aquel debate con Pedro Solbes, avisó de lo que venía, y sin tener en cuenta tampoco la camaradería demostrada con algún cabecilla del Gürtel.
Pero puede que aquel apoyo no fuera tan desinteresado como se pudiera pensar. Camps era incapaz de negarle algo a Barberá y ahora han cambiado las tornas. Pero antes que ella fue Alfonso Rus (que no tiene cojones para poner el cuadro de Felipe V en posición correcta) quien mostró su enojo con la dirección del PP. Son representantes de los ciudadanos, cobran su sueldo de los ciudadanos, pero lo que defienden es su parcela de poder.
Valencia creció mucho bajo el mandato de Rita Barberá, aunque buena parte del mérito de ese crecimiento cabe atribuírsela a la Ciudad de las Artes y las Ciencias, planificada por el anterior gobierno regional socialista, aunque llevada a cabo en su mayor parte por el del Partido Popular. Puede admitirse, si sus admiradores se empeñan, que la primera parte de su mandato fue espectacular, pero en la actualidad lo que domina es la espesura. Mantiene el mismo equipo de concejales, a los que defiende contra viento y marea, tanto si tienen problemas con la justicia, como si hacen alguna burrada. No ha trascendido que sea una apasionada de la lectura, ni tampoco se le ve que ponga mucho énfasis en la cultura. Digamos que lo que le va es lo grande y lo costoso. Le van los grandes proyectos, los grandes campos de fútbol, los grandes y numerosos puentes. Y floridos. Le van los puentes con flores, eso es indudable. Digamos que ella, más que interés por los valencianos pobres (que de todos modos ya tienen a la Virgen de los Desamparados), sueña con una Valencia grandiosa y un altar en el que se le acomode. De ahí, el estado de las finanzas del ayuntamiento.
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