La ha escrito la hija de Baltasar Garzón y la publican los medios. No la he leído porque no tengo nada que celebrar, lo que tengo es mucha tristeza por el espectáculo que se ha organizado. El ciudadano común tiene pocas posibilidades de ser juzgado con tantas garantías como lo ha sido Garzón, así que la manera con que éste ha acogido la sentencia debe llenar de preocupación a todos los que están en espera de juicio.
El clamor de la calle, en pro o en contra de Garzón, tiene más contenido ideológico que apoyo o repulsa a la persona del juez. Mucha gente sufre injusticias sin cuento y nadie se inmuta. Vengo refiriéndome reiteradamente sobre el caso de los niños robados. Esa sí que es una injusticia grande, cuyas secuelas padecerá durante mucho tiempo la sociedad española si no la resuelve adecuadamente. Pero pocos sienten que les incumbe este problema. Que se apañen, parecen decir.
Baltasar Garzón nunca pasará hambre. Quizás a partir de ahora cobre el triple por dar conferencias, o logre el estrellato como actor de cine, o en cualquier otra faceta.
Lo que tienen la mayor parte de los afectados por el caso de los niños robados es pena. Pena antigua y profunda. Pero no basta con ella para conmover.
Los españoles deberían salir en masa a la calle a exigir que se investigue minuciosamente este asunto.
Tampoco sabemos lo que pensarán de la condena en su fuero interno personajes como Javier Gómez de Liaño, que fue íntimo de Garzón, hasta que se cruzó algo entre los dos, o Felipe González, que veremos qué actitud adopta en el hipotético caso de que el ex juez pida el ingreso en el PSOE, ni Loyola del Palacio, desde el sitio en el que esté, a la que Garzón le montó el escándalo del lino, que acabó diluyéndose en la nada, pero que sirvió para que José Bono le ganara las elecciones.
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