El anterior presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tenía algo así como 600 asesores. Y a pesar de tener tantos asesores, se enteró de la crisis cuando ésta ya no tenía remedio. En realidad, fue el último español, excepción hecha de sus forofos, en enterarse de la crisis.
Además de sus asesores, tenía a los ministros y, sobre todo, la angustia de la calle, de la cual quizá ni se enteró.
A María Teresa Fernández de la Vega, esforzada vicepresidenta del gobierno que fue, le han bastado unos meses alejada de Zapatero (y de Rubalcaba), para que le desaparezcan todas las arrugas (dice que no se ha operado). Ahora vuelve a tenerlo cerca.
Pero no sólo hay peligro para De la Vega (sería muy triste que le volvieran a salir las arrugas; ¿es que nadie va a hacer nada para impedirlo?), sino también para los españoles. Los votantes han votado masivamente a Rajoy, con el fin de que quitarse de en medio a Zapatero, porque el hoyo no tiene fondo (es posible que De Guindo esté escarbando para ver si aún puede bajar más, parece que rema a favor de los ricos), pero resulta que no se deja quitar del todo. Ahora ofrece su experiencia para luchar contra la crisis, y ya están todos los funcionarios temblando, los pensionistas congelados, y los damnificados, en general, al borde del colapso. No le sirvieron 600 asesores y se ofrece como asesor.
El pueblo español es sufrido hasta la exageración. Está acostumbrado a obedecer y a tomar las chorradas de los poderosos como si fueran genialidades, se traga cualquier cosa que hagan los suyos, por nociva que sea, y critica las de los contrarios por acertadas que parezcan, pero tampoco conviene que abusen mucho, porque la situación ya es desesperada para bastantes.
Si Zapatero tiene que cobrar de algún lado, que cobre. Pero que no haga nada.
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