jueves, 12 de septiembre de 2013

El intento de fusionar ayuntamientos

La utilización de los sentimientos en la política es un fraude a los ciudadanos. Mediante el uso del resorte emocional se induce a los ciudadanos a que actúen en contra de sus propios intereses.
Si para participar en la manifestación catalana de ayer hubiera sido necesario aprobar previamente un examen compuesto por cuatro o cinco preguntas sobre historia no hubiera podido ir nadie. Si además hubieran tenido que explicar los motivos por los que odian al resto de los españoles el fiasco hubiera sido todavía más rotundo.
El eje de cualquier organización política debería ser la persona, y todo debería estar pensado para satisfacer del modo posible sus necesidades. La utilización de los sentimientos permite que sean las personas las que estén al servicio de las organizaciones, en las cuales hay unos individuos que mandan y manejan los fondos.
Si dos pueblos, merced al crecimiento, llegan a juntarse lo lógico es que se fusionen. Eso es lo mejor para los ciudadanos de ambos pueblos. Con ello se ahorran costes y se aprovechan mejor los espacios. Pero el número de políticos se reduciría a la mitad y aquí surge el problema, porque empiezan a hablar de la historia, que algunos no dudan en falsear, y las pobres gentes creen que con la fusión van a perder algo y optan por oponerse. También es frecuente que se azuce el odio al pueblo de al lado, y al final los votan por pagar el doble de lo que deberían pagar.
No se entiende que los partidos políticos españoles no hayan sido capaces de ordenar la fusión de todos que están pegados entre sí.
Tampoco se entiende que no hayan sido capaces de suprimir las diputaciones. Tuvieron sentido en el franquismo, pero en el Estado de las Autonomías su función podría ser desempeñada perfectamente por una Dirección General de la consejería de la Gobernación o de la Presidencia.
Lo que ocurre es que si se hiciera eso se ahorraría dinero a los ciudadanos, pero los partidos tendrían menos cargos para repartir.

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