miércoles, 8 de abril de 2015

Juan Fernando López Aguilar, en su trampa

Ignoro si el exministro socialista es culpable o inocente ante su propia ley -esa es una cuestión que deberá dirimir el juez-, y respeto la presunción de inocencia. Conviene hacer notar, no obstante, que se ha reservado los privilegios inherentes a su condición política, de los que no gozan los demás varones que están en su mismo caso. En este punto no ha dado ejemplo, que es lo que se espera de un político.
La superioridad moral, tan propia de la izquierda, es un error flagrante. Nadie se puede sentir superior simplemente por profesar unas ideas. Son los hechos los que hay que tener en cuenta. Pero esa superioridad moral sirve de base para que la izquierda quiera el poder para cambiar a la sociedad, y nuevamente hemos de ir a los hechos: A la sociedad hay que cambiarla mediante el ejemplo. Puedo traer un ejemplo a colación, el de Enrique Aresti Urien. Hay que leer el artículo de su hijo, Carlos Aresti Llorente, titulado Sabía que lo iban a matar. Muchos ejemplos como el suyo harían, indudablemente, mejor a nuestra sociedad. Es mejor no hablar del ejemplo que puede dar Iríbar, el que fue mítico portero de la selección española de fútbol.
El ejemplo de Juan Fernando López Aguilar, como he dicho más arriba, tampoco es bueno. Y ocurre que Enrique Aresti Urien era de derechas.
Pretender arreglar un problema grave, persistente, que viene de antiguo y está generalizado, con una ley, que más que una ley parece un atropello y que ahora sufre en carnes, es de una ingenuidad muy peligrosa. Se cree él que los maltratadores se van a contener por miedo y no cae en la cuenta de que esa ley suya puede ser utilizada maliciosamente, con lo cual en lugar de resolver un problema ha fabricado otro.
Debería dar la cara y renunciar a sus privilegios como político.

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