domingo, 10 de julio de 2016

Caram, Caram, Caram

El actual papa, que procede de Argentina y que, como todo el mundo sabe, es de corte populista, a pesar de lo cual creo que es muy del gusto del fino escritor Pablo d’Ors, debería decirle a su compatriota, la monja Caram, que lo que hace está muy mal, aunque mejor sería, por el bien de la Iglesia y de la humanidad, que la obligara a colgar los hábitos, excomulgándola si fuera preciso.
Esta monja vino a España a joder, empleando este término en el sentido figurado que cualquiera puede imaginar. Ha venido a predicar el odio de unos españoles contra otros, tarea en la que, por cierto, no está sola. Hay otras monjas y otros curas y otros obispos y otros cardenales empeñados en la misma tarea sucia. Cabe señalar que un número significativamente alto de representantes de la Iglesia Católica se han mostrado de un modo comparable al de los peores monstruos de la especie humana sin que, por ello, se hayan conmovido las estructuras del Vaticano, más atentas, por lo que se ve, al aumento o disminución del número de fieles y, por tanto, de su poder, que al comportamiento de sus integrantes. Si lo que hacen supone un peligro para su poder, actúan drásticamente, pero si conlleva un aumento de fieles, aunque sea a costa de un comportamiento infame, se hace la vista gorda.
Aquí tenemos, pues, a esta monja argentina, que ha venido a España a lo que ha venido, a la que la justicia le importa un pimiento, ella lo que quiere es estar en la cresta de la ola y no le importa decir una cosa y luego la contraria.
Bien, cada cual tiene derecho a ser como es y si esta monja ha decidido ser una impresentable no hay nada que objetar. El caso es que no se quita el hábito y a lo mejor hay monjas que sí que son buenas personas y no tienen por qué cargar con culpas ajenas.

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