martes, 21 de marzo de 2017

Estado o nación

Será cosa del progreso que no cesa. Mientras los antiguos griegos se dedicaban a hacerse preguntas para las que no encontraban respuesta, la moda de estos últimos tiempos consiste en encontrar respuestas exactas, eso sí, cada cual da una distinta, a preguntas que hasta el momento no habían preocupado a nadie.
La península ibérica estuvo unida en la época de los visigodos, pero no podía considerarse una nación porque entonces no existía este concepto. Sus habitantes no tenían conciencia de que formaran una nación. Pero preguntémonos que cómo podía repercutir en un ciudadano del tiempo de Recaredo, de Cervantes, siglos más tarde, o incluso de nuestros días, el hecho de sentirse esto o aquello. Porque por este camino puede darse el caso de que alguien se sienta pescado o pato. Sí que repercute en el ciudadano de cualquier época el hecho de formar parte de un Estado, que se trata de algo racional y que proporciona seguridad jurídica con sus listas de deberes y derechos. A estos últimos pretenden acogerse muchos que no respetan los primeros. Exigen el derecho a no cumplir los deberes.
Si el Estado forma parte del mundo racional, la nación se incluye en la del emocional. Y esto significa que cuando la vía del ‘yo me siento esto’, ‘yo se me siento aquello’, ‘yo me siento incómodo’, se ha propagado, y lo hace por una vía mucho más efectiva que la intravenosa, como lo es la vía de la estupidez, gran parte del trabajo está hecho.
En informática se utilizan troyanos para que se introduzcan en ordenadores ajenos y luego manejarlos desde la distancia. En política se hace igual, se introducen ideas en cerebros ajenos para manejarlos luego desde la distancia con un manual de instrucciones muy sencillo. Así se consigue que personas que deberían preocuparse por el futuro de sus pensiones, por la asistencia sanitaria, por la Educación y otros similares, lo echen todo a rodar por cuestiones que ni les van ni les vienen.

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