miércoles, 19 de febrero de 2025

Mi discurso en Castellón (15-01-25)

 

Muy buenas tardes, señoras y señores. Les agradezco que hayan decidido acompañarnos en esta elegante tarde invernal. El invierno siempre es acogedor e íntimo, si no lo estropea nadie, pero en esta ocasión no es así, sino que a estas características hay que añadir la elegancia de Rosa María Vilarroig, que la tiene en todas las facetas, como poetisa, prosista, rapsoda… También es muy elegante, ya lo han comprobado, Manuel Vélez, y yo les doy las gracias a los dos, Rosa María y Manuel, por haber accedido a presentar mi libro. No puedo olvidar la generosidad de la librería Argot, que nos ha permitido celebrar el acto en este maravilloso local.

Aunque ya lo han hecho ellos, y mucho mejor de lo que lo puedo hacer yo, he de hablar un poco del libro. En él, como en el anterior, La del alba, me refiero a las partes de mi biografía que pueden resultar más interesantes. Y puesto que soy viejo, y además aparecen antepasados míos, algunas de las cosas o costumbres pueden ser totalmente desconocidas e incluso insospechadas para los jóvenes. La memoria es muy importante y saber de dónde venimos resulta de mucha utilidad.

Pero antes de continuar, déjenme decirles algo. Yo podría haber sido muchas cosas. ¿Por qué no compositor? Nunca lo podremos saber. Si hubiera tenido una familia como cabía esperar… Solo tuve a mi favor, y entonces no me daba cuenta, ni lo podía aprovechar, a mi abuela paterna Rosario, que falleció cuando yo era un niño, mi tía Virtudes, hermana de mi padre, que lo hizo en 1968, su fiel Teresa, y mi hermano Miguel, que nació sin tiroides, con lo que estuvo abocado a ser buena persona. Todos los demás, mis padres, mis hermanos, el hermano y las hermanas de mi madre, pusieron todo su arte y su empeño en hundirme emocionalmente. Se me cerraron de forma caprichosa todos los caminos y desde la primera infancia me vi encerrado en un laberinto muy desconcertante para mí. Conseguí salir después de muchos decenios, pero ahora diré lo que quería. He descubierto en la senectud que lo que realmente me habría llenado es ser maestro, y de los alumnos más jóvenes. No para enseñar matemáticas o geografía, que eso también, sino, fundamentalmente, para que aprendieran, mediante el ejemplo, nociones como la nobleza, la justicia, la rectitud, la benevolencia, etcétera. Que comprendieran que un maestro nunca debe tenerle manía a un niño, o niña, bajo ningún concepto, que siempre debe procurar lo mejor para todos y que tampoco debe tener preferencias. Es fundamental que lo vean a edades tempranas, por si no lo han visto en sus casas. Me habría gustado ver que a lo largo del tiempo todos los alumnos se fiaban de mí. Esto habría sido muy bonito.

Pasaré ahora a contar algo del libro. En La del alba di cuenta de mis penurias hasta que conseguí salir del laberinto, explicando cómo conseguí hacer esto. Quedaba por contar, pues, lo que hice fuera de él, añadiendo que la red de internet me ayudó mucho, pues fue la ventana que se me abrió cuando tenía todas las puertas cerradas. Una ventana que permitía volar, en el sentido metafórico de la palabra, puesto que hice amistades en las más diversas partes del mundo. Podía tener conversaciones largas, sobre las más diversas cuestiones, con personas de ideologías distintas, lo que en aquellos tiempos no era motivo para el distanciamiento.

Se ha dicho que en estos dos libros míos se cuenta la historia de una superación. He de agradecer todas las opiniones bienintencionadas que se hacen de mis escritos. Una vez que están publicados ya no me pertenecen y quienes los leen pueden ir más allá de lo que yo pensaba al escribirlos. Pero antes de la superación está la resistencia, que duró muchos más años y tuvo que empezar a una edad muy tierna. Conseguí resistir a base de analizarlo todo. Empecé a analizar siendo muy joven. No lo que me pasaba a mí, sino todo. Quizá presentía que esa iba a ser mi tabla de salvación. Toda esa resistencia, esa capacidad para soportar lo insoportable, esa fe en que acabaría por ver la luz, sirvió como base para mi plena recuperación posterior. Me comentó alguien que si no lo hubiera contado no se habría dado cuenta de cómo fue mi vida. Ese es mi mérito, le respondí. Muchos creen que he tenido una vida fácil y regalada. Bueno, ahora ya no, pero antes de salir estos libros sí que era la opinión predominante.

Yo diría que tanto este libro como el anterior son optimistas, puesto que dan fe de la capacidad de resistencia humana y de las posibilidades que ofrece el pensamiento para conseguir la estabilidad emocional. Se me intentó aniquilar

anímicamente, logré resistir y luego pude encontrar la salida del laberinto, aparentemente sin daños. Creo que de todo esto quienes lean cualquiera de los dos libros, o los dos, puede extraer conclusiones y aplicarlas a su conveniencia. Hay dos puntos clave. El primero es que nunca perdí la fe en la humanidad, a pesar de que todo me incitaba a que lo hiciera, pero al pensar en el asunto comprendí que yo formo parte de ella, por tanto, no me convenía perder la fe en mí. Así que pasara lo que pasara, me esforcé en mantener la fe, recordando a personajes históricos, e incluso atribuyendo virtudes que luego comprobé que no tenían, pero necesitaba tener en mi horizonte personas dignas y que, por tanto, supieran respetar la dignidad ajena. La humanidad se compone de gente considerada y respetuosa con el prójimo. De hecho, Isabel Barceló dijo que La del alba nos obliga a repasar nuestra propia conducta respecto a los demás; a percatarnos de la ligereza con que a veces etiquetamos al prójimo.

La otra decisión crucial que me ayudó a resistir consistió en desestimar el odio. Sentía que la humanidad entera me odiaba y eso era una realidad sin vuelta de hoja. La tentación consistía en responder con odio al odio, pero no tuve más remedio que comprender que yo también formo parte de la humanidad. Odiarla era odiarme a mi mismo, lo cual es suicida. Así que erradiqué ese sentimiento de mí. No aporta nada bueno a nadie, pero nadie lo puede ver con tanta claridad como yo lo vi, porque no es lo mismo odiar a uno que hacerlo a todos.

Y ya sin más me despido de todos ustedes agradeciéndoles de nuevo su asistencia al acto.

Esos libros míos

1 comentario:

MAGISTER dijo...

Vicente, no estoy de acuerdo en que un maestro no debe tener manía a ningún alumno. Otra cosa es que, teniéndole manía, sea capaz de ser justo con él, no lo discrimine y lo trate como a los demás; para ello debe vencer el sentimiento que le produce el alumno.