Los ancianos y los niños necesitan los parques, pero conviven mal. El ayuntamiento de Valencia siempre se decanta por los primeros, es obvio que los segundos no votan. Siendo correcto que los mayores estén atendidos, también resulta necesario que los pequeños tengan su lugar de esparcimiento. Necesitan lugares para ir en bicicleta, para patinar, jugar al fútbol, etc. Los parques deberían tener zonas acotadas para niños, evitando así las quejas de los mayores. La alcaldesa evitaría así el comportamiento inmisericorde con los más pequeños, únicos seres con los que se muestra autoritaria.
Es cierto que las bicicletas se están apoderando de las aceras de muchas ciudades del mundo, pero no lo es menos que ése no es su lugar. Deben circular por la calzada y la obligación del ayuntamiento es que puedan hacerlo con la debida seguridad. Hay que proteger a las bicicletas, obligando al tránsito motorizado a respetarlas.
El cauce es un jardín público y por tanto debe de estar limpio y libre de ocupantes. Quienes acampan en el cauce deben ser llevados a algún albergue. Y si no hay bastantes, se habilita o se construye alguno.
Está bien que el ayuntamiento se ocupe de averiguar las causas por las que el botellón ha cobrado tanto auge, pero en primer lugar debe velar por el orden y la limpieza de la ciudad. No debería consentir tampoco que las fiestas en la calle arruinen el sueño de muchos vecinos y que determinadas calles amanezcan todos los sábados repletas de vómitos y meadas.
Aunque aún estamos lejos del tiempo de las fallas, éstas sirven como ejemplo de la permisividad de la alcaldesa en casi todas las áreas, excepto en la de los niños, como se ha dicho al principio. Esta permisividad hace que muchas fallas lleguen a hacerse odiosas.
Gobernar una ciudad no es dejar que cada cual haga lo que le da la gana, es hacer cumplir las leyes, pues éstas son las que facilitan la convivencia.
Cuba, hoy
María Claudia Faverio
Príncipes de Irlanda
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