Es difícil averiguar qué sentido tienen hoy en día las prácticas deportivas. Y resulta difícil de averiguar porque de deporte ya tienen poco. Dedicar interminables horas al entrenamiento, con el fin de que unos pocos consigan unas marcas, más parece una pérdida de tiempo que lo que antiguamente se conocía como práctica deportiva, porque aquello sí que podía explicar. Y eso sin hablar del consumo de sustancias prohibidas. Pero aplaudimos y empujamos a los deportistas a actuar de este modo.
Un político lo tiene muy fácil. Le basta con hacer la pelota a la persona adecuada y así obtiene un lugar en las listas. Una vez elegido diputado le basta con meditar cada mañana los insultos que va a dirigir a los rivales y estar muy atento a las necesidades del padrino benefactor. Si además, es diputado valenciano, Julio de España, presidente de las Cortes, por navidad, le hará un espléndido regalo, con cargo al bolsillo del contribuyente.
Hay otras personas capaces de realizar esfuerzos que a simple vista parecen imposibles. Nos transmiten optimismo, puesto que nos demuestran hasta donde es capaz de llegar el ser humano. Sin embargo, no les hacemos demasiado caso. Estoy hablando de los pintores con la boca y el pie. A lo mejor, algún día vemos un documental en el que se muestra su pericia, lograda a base de tesón y esfuerzo, y a alguno se le salta una lágrima y otro hace un comentario sentimentaloide. Acabado el documental, viene el olvido y luego cada uno marcha a animar a sus ídolos deportivos y a exigir a los políticos de su preferencia que den caña al rival. Pero felicitar la navidad con tarjetas de estos artistas es muy fácil y práctico y denota buen gusto.
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