“Hay personas eminentes, de genio incluso, pero de alma inerte y que mueren sin haber vivido”, es la frase de Leon Bloy que ha escogido Rafa Marí, para dar noticia de este libro suyo. Y tiene razón Leon Bloy. Vivir no es sólo comer, dormir e ir al cine. Supongamos que una persona se traslada a vivir, por las circunstancias que sean, a un sitio en el que no ha estado nunca. Lo primero que hará será averiguar cómo es ese lugar, qué puede hacer en él y cómo son las demás habitantes del lugar. Luego tratará de integrarse en la vida local y tratará de ser útil, si se trata de una persona cabal. Vivir es lo mismo, averiguar para qué se está en un sitio, si es que se está para algo, qué se puede hacer y tratar de escuchar el latido de los corazones de los demás. Sin embargo, en un experimento, del que da cuenta Gaiar, se demuestra que muchas personas son capaces de provocar descargas eléctricas a otra, obedeciendo órdenes y sin tener en cuenta los lamentos de la víctima. Desentenderse de lo que les ocurre a los demás no es vivir. El ser humano es racional y gregario, por tanto ni debe obedecer ciegamente, ni tampoco ser ajeno a la suerte del prójimo. Los obedientes que producen descargas para los demás no lo serían tanto si los receptores de la electricidad fueran ellos mismos. La disciplina no consiste en obedecer ciegamente sino en hacerlo por convencimiento y porque la orden recibida no contraviene ninguna normativa legal. Sería difícil o imposible probar en España que todas las órdenes que se dan en las administraciones públicas, partidos políticos, sindicatos y empresas son constitucionales. Dar órdenes que no son constitucionales es condenar a no vivir a quienes se sabe que las van a obedecer. Vivir no es otra cosa que lograr plenamente la condición humana, razonar todas las decisiones que se toman y aceptar que muchas veces serán equivocadas, por lo que hay que estar dispuesto a rectificar.
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