Me han hablado de alguien, que no vive demasiado lejos de mi casa, en Valencia, que cuando pierde el Barcelona arremete a puñetazos contra el televisor. ¿El nacionalismo tiene esas cosas? No. En este caso el fútbol, eso que ni es deporte ni es espectáculo, es el culpable. No se puede considerar espectáculo porque los que pierden no lo pasan nada bien. Y tampoco puede considerarse deporte un juego en el que sólo vale ganar. Yo dejé de ver el fútbol por culpa de las terribles patadas que se dan. Nada que ver, en este aspecto, el fútbol de ahora con el de la época de Puchades. Pero el fútbol no ha traído sólo las patadas destempladas, también ha propiciado las recalificaciones, las construcciones o ampliaciones ilegales, los incumplimientos con Hacienda o la Seguridad Social, las condonaciones de deuda por parte de la Administración. Los clubes de fútbol españoles se han gastado más de 3000 millones de euros esta temporada, cantidad que, sin duda, crecerá en cuanto alguno de los equipos pierda dos partidos seguidos. Probablemente, dirá alguien que la vida es así y que no se puede luchar contra este estado de cosas. Eso no es cierto del todo. Numerosos empresarios y próceres, que por lo visto no tienen nada mejor que hacer, pugnan por alcanzar la presidencia de los clubes, o al menos, algún cargo directivo. Quizá piensan que así hacen un bien a la humanidad, o acaso que con su dinero hacen lo que quieren. La gente de la calle, por fin, escapa de sus angustias, con la hipoteca o con lo que sea aplaudiendo o insultando a unos seres muy hábiles con los pies y, en muchas ocasiones, con nada más. Muchos acaban siendo juguetes rotos y nadie de su entorno había sabido preverlo, ni considerado oportuno avisarle. Alguien debería poner sosiego y cordura en este asunto, como en tantos otros. Sin embargo, no sólo se le deja correr a su aire, sino que los organismos oficiales lo ayudan y espolean.
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