miércoles, 29 de agosto de 2007

Un accidente laboral

Alguien que, hipotéticamente, desde su nacimiento viviera al margen del resto de la humanidad y desconociera la existencia de ésta, no tendría ninguna posibilidad de alcanzar la dignidad humana, sino que se vería abocado a vivir como un animal hasta su muerte. La dependencia de los demás es inobjetable en el género humano. El ser humano, desde el mismo momento de su nacimiento, ya es deudor de la humanidad, puesto que recibe todo su legado cultural. Puesto que es así, debería emplear su vida en el intento de pagar esa deuda, trabajando en beneficio de la colectividad. Así se entiende oficialmente, por otra parte, puesto que todos los premios y galardones públicos se conceden a personas a las que se pueden atribuir beneficios para la humanidad. Uno vez dicho lo anterior, habremos de convenir en que en los tiempos actuales rige el individualismo atroz. Investigadores científicos tratan de apropiarse del trabajo de otros; escritores que plagian cruda y descaradamente; etc., ¿para qué seguir? Este estado de cosas se da entre quienes mejor debían saber que actuando así van en contra de sí mismos, pues niegan su propia capacidad para lograr cosas y no contribuyen en nada al emplear trabajos de otros. El actuar pensando en sí mismo, olvidando al prójimo, o robándole, a veces tiene consecuencias trágicas. Un trabajador ha fallecido, tras caerle encima el ascensor que reparaba y este accidente ha destapado la situación en la que estaban inmersos unos cuantos trabajadores, que desarrollaban su labor sin licencia municipal de obras, sin medidas de seguridad, sin contrato de trabajo, sin cobrar y quedándose a dormir por las noches en la misma obra, en colchones en el suelo. Llevaban un mes trabajando en la reforma de ese edificio y durante ese tiempo nadie había detectado nada, a nadie le había parecido raro, nadie se había preocupado por averiguar las condiciones en las que se estaba haciendo la reforma. Quizá sea esto la civilización.

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