Vuelve María San Gil a la política, tras superar su enfermedad, y lo hace a lo grande, llena de energía y hablando claro, como suele. María fue testigo del cobarde y brutal asesinato de su compañero Gregorio Ordóñez. No se ha asustado. Sigue llamando asesinos a los asesinos y cómplices a los cómplices. Corren bulos sobre ella por el País Vasco, mediante los que se pretende desacreditarla. Jamás podrán con su espíritu, al que se ve firme y dispuesto, como tampoco lograron acabar con los de Gregorio o Miguel Ángel, que siguen vivos entre nosotros. La sangre de todas las víctimas del terrorismo nos sirve a los demás de acicate y de ejemplo, para recordarnos que jamás debemos ceder a las exigencias de la banda. La sangre de las víctimas es la que debería unir a las gentes de bien en un único objetivo, que es el de acabar con el terrorismo. Supieron entender eso Rosa Díez y Nicolás Redondo, que prefieren la dignidad a los cargos. Nadie debería cambiar dignidad por votos. Esto último, por otra parte, es pan para hoy y hambre para mañana. Una vez derrotado el terrorismo, será el momento de pensar en otras cosas. Es evidente que quienes andan más preocupados por su calvicie que por ninguna otra cosa no parecen entender esto. Sin embargo, es una idea tan fácil que incluso en ellos debería penetrar sin problemas. Dice María San Gil que ETA ha entrado en los ayuntamientos disfrazada de ANV y ahora que nadie piense que María no sabe lo que se dice. Se puede estar o no políticamente de acuerdo con ella. Pero lo que no cabe negarle es su intención de servir a los ciudadanos con honradez y arriesgando su vida si hace falta. ¿Cómo no agradecerle su valiente actitud, cuando otros políticos vascos ni siquiera necesitan escolta? Por otro lado, su sinceridad nos sirve para que sepamos cómo están realmente las cosas en el País Vasco. Ella no cuenta verdades a medias ni mentiras enteras.
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