La opulenta sociedad occidental, que parece adormecida, quizá por falta de estímulos, y henchida de egoísmo, se enfrenta en la actualidad a dos problemas que siendo aparentemente sencillos, pueden resultar totalmente irresolubles. El primero y más grave por ahora y acaso por mucho tiempo, es el que plantea el mundo islámico. Los emigrantes islámicos, en contacto con otros estilos de vida tendían a relajar su fervor religioso. Esta realidad tenía como consecuencia que los líderes religiosos del Islam fueran perdiendo paulatinamente influencia sobre sus seguidores. La pérdida de influencia conlleva la correspondiente disminución del poder y también de dinero. El modo que han elegido para evitar esto no puede ser más desastroso. El recurso al odio siempre parece dar buenos resultados cuando se trata de reclutar voluntades. En este caso, se trata de fomentar el odio extremo hacia todo lo que provenga del mundo occidental, incluyendo, como todos sabemos, actos terroristas. Cambiar nuestro modo de vida por su causa, es concederle una victoria al terrorismo. Los métodos de Bush no pueden hacer grandes cosas frente a esta lacra. El hecho de que se reduzcan nuestras libertades, hará partirse de risa a los líderes de los terroristas.
El otro problema nos lo plantean los chinos. Es de otra índole y tampoco lo sabemos combatir. Fabrican objetos con un coste de mano de obra mínimo, e inundan con ellos nuestros mercados, lógicamente, con unos precios con los que es imposible competir. Los suelen vender, además, en comercios regidos por chinos, que abren todos los días del año, con unos horarios también muy largos. Tampoco parece que los Servicios de Inspección de las Administraciones se atrevan a visitarles, porque esos horarios son claramente ilegales. Y es que, ante cualquier problema que sufran los chinos o sus productos, el gobierno chino toma medidas inmediatamente. Son muchos consumidores los chinos, por lo que no hay gobierno que se atreva a hacerles frente. ¿Corremos peligro con los productos chinos?
El otro problema nos lo plantean los chinos. Es de otra índole y tampoco lo sabemos combatir. Fabrican objetos con un coste de mano de obra mínimo, e inundan con ellos nuestros mercados, lógicamente, con unos precios con los que es imposible competir. Los suelen vender, además, en comercios regidos por chinos, que abren todos los días del año, con unos horarios también muy largos. Tampoco parece que los Servicios de Inspección de las Administraciones se atrevan a visitarles, porque esos horarios son claramente ilegales. Y es que, ante cualquier problema que sufran los chinos o sus productos, el gobierno chino toma medidas inmediatamente. Son muchos consumidores los chinos, por lo que no hay gobierno que se atreva a hacerles frente. ¿Corremos peligro con los productos chinos?
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