La alianza entre los socialistas y los nacionalistas españoles es insólita, por el lado que se mire. Quizá comenzó durante el tiempo de la clandestinidad. Llegada la democracia los nacionalistas defendían su derecho a estar, que no les podía negar nadie, y los socialistas venían a dar lecciones de democracia; los socialistas se empeñaron en que los nacionalistas tuvieran mucha más presencia de la que les correspondía.
Al poderse presentar a las elecciones nacionales en igualdad de condiciones que los demás, obtuvieron un poder injusto, por desmesurado, que han sabido aprovechar en su beneficio, sin reparar en lo indecente de su actuación. El hecho de que los partidos nacionalistas pudieran influir en la gobernación de España, por la que sienten pocas simpatías, mediante pactos con los partidos que los necesitaban para formar mayorías, ha servido para distorsionar mucho la realidad de las cosas. Incluso, han formado parte del pacto partidos cuyos dirigentes no sólo no sienten simpatía por España, es que proclaman su odio contra ella a los cuatro vientos. Poco bien puede hacer la gente que odia.
Aparte de esas alianzas concretas e inevitables, por muy indeseables que fueran, a causa de la arbitrariedad ya comentada, se da el caso de que los partidos de izquierdas han asumido muchas de las tesis nacionalistas, lo que constituye una perversión de sus postulados, con la clara intención de sacar ventaja sobre el PP. De todo esto ha resultado que dé la impresión de que todo el mundo, o casi todo, sea nacionalista, cuando eso no es cierto. La gente tiene sus problemas y esos son los que deben atender los políticos; los nacionalistas dejan en segundo plano lo que interesa a los votantes y colocan en primer lugar lo que les conviene para su medro. La carcoma es nefasta.
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