Nicolás Sarkozy ha propuesto un gran debate en Francia sobre esta cuestión. Si la pregunta se la hubiera hecho a un grupo de intelectuales, se podría pensar, en principio, que su interés estriba en averiguar qué valores encarna actualmente la nacionalidad francesa. Y, al tratarse de valores, podría haber ocurrido que quien mejor los encarnase hubiera podido ser alguien nacido en Tegucigalpa y residente en Brasilia.
Tampoco es probable que a los intelectuales les hubiera gustado que se les hiciera esa pregunta, salvo si ponerse a responderla llevara aparejado un estipendio económico. A los intelectuales les hubiera gustado más hablar directamente de valores o de ideales y eso ya lo hacen. Si la pregunta se lanza a todos los ciudadanos, como ha sido el caso, no es más que una manipulación, una falta de respeto a esos ciudadanos a los que se pregunta. ¿Qué más dará, en sentido estricto, ser francés, costarriqueño o japonés? Las preguntas de la vida, aquéllas que se hacían los antiguos griegos, son las mismas en cada caso.
Cuestión diferente es que el hecho de nacer en un sitio u en otro otorga privilegios o desventajas. Tal y como están las cosas, es mejor nacer en Francia que en ese Sahara que tan poco importa al gobierno francés. El actual sistema de valores de los franceses más encumbrados permite menospreciar al pueblo saharaui, aunque según la ONU tenga razón.
En nuestros días los cambios se producen a unas velocidades que dan vértigo, sobre todo si se refieren a ciertas cosas. En la primera mitad del siglo XX, los cambios en las costumbres y los usos sociales eran prácticamente imperceptibles. Para la juventud de ahora bastantes de las cosas de entonces son desconocidas. Los políticos profesionales de la actualidad ven con desconfianza lo que se avecina, aunque no sea inmediato. ¿Qué pasaría si no se pudiera distinguir un francés de un alemán? Antiguamente era impensable que eso pudiera suceder.
Tampoco es probable que a los intelectuales les hubiera gustado que se les hiciera esa pregunta, salvo si ponerse a responderla llevara aparejado un estipendio económico. A los intelectuales les hubiera gustado más hablar directamente de valores o de ideales y eso ya lo hacen. Si la pregunta se lanza a todos los ciudadanos, como ha sido el caso, no es más que una manipulación, una falta de respeto a esos ciudadanos a los que se pregunta. ¿Qué más dará, en sentido estricto, ser francés, costarriqueño o japonés? Las preguntas de la vida, aquéllas que se hacían los antiguos griegos, son las mismas en cada caso.
Cuestión diferente es que el hecho de nacer en un sitio u en otro otorga privilegios o desventajas. Tal y como están las cosas, es mejor nacer en Francia que en ese Sahara que tan poco importa al gobierno francés. El actual sistema de valores de los franceses más encumbrados permite menospreciar al pueblo saharaui, aunque según la ONU tenga razón.
En nuestros días los cambios se producen a unas velocidades que dan vértigo, sobre todo si se refieren a ciertas cosas. En la primera mitad del siglo XX, los cambios en las costumbres y los usos sociales eran prácticamente imperceptibles. Para la juventud de ahora bastantes de las cosas de entonces son desconocidas. Los políticos profesionales de la actualidad ven con desconfianza lo que se avecina, aunque no sea inmediato. ¿Qué pasaría si no se pudiera distinguir un francés de un alemán? Antiguamente era impensable que eso pudiera suceder.
1 comentario:
Pufff... Tengo familia francesa y te aseguro que son unos gabachos de tomo y lomo. Se consideran más importantes que nadie -como franceses- y Francia es para ellos el no va más.
Menudo debate ha montado Sarkozy, debe ser que necesita mimitos...
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